La actualidad, lo cotidiano, el mundo de las letras, la música, el fútbol, el cine, los afectos,
vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







jueves, 6 de marzo de 2008

Crónica nº 3: Magia (noviembre 2002)

(Acerca de la presentación de fin de año de "El Rincón de los Duendes")
(Para Silvia Braun - Para Paula Ferraris)

La noticia no salió publicada en ningún diario. Ni en la radio ni en la TV se habló del tema. Tampoco parece haber rastros del acontecimiento en Internet. Sin embargo, ocurrió; yo sé que ocurrió. El viernes a la noche, hubo magia en Santa Fe.
En una sala de calle Güemes, los duendes tuvieron una fiesta. El público -justo es decirlo- asistió engañado, pensando que se trataba de un acto cultural. Pero cuando las luces del auditorio se apagaron, sobre el escenario apareció un hada madrina rubia y se puso a contar historias. Se desplazaba con pasos sutiles, como si volara, y dejaba tras de sí una estela luminosa. El público, claro, se rindió fascinado ante el hechizo de esta rara mujer y su energía.
¿Corralito? ¿Devaluación? Nadie se acordó de eso.
Después, aparecieron los duendes. Más que aparecer, coparon el escenario con frescura, con prepotencia de trabajo. Uno por uno, arrojaron a la gente sus sueños de papel. Sueños con amores de final feliz y sueños con monstruos tiernos. Y la gente soñó con ellos, se rió, se conmovió, aplaudió. El público, claro, se rindió fascinado ante el hechizo de estos gnomos tan simpáticos.
¿Internas políticas? ¿Negociaciones con el FMI? Nadie se acordó de eso.
El hada reapareció y, dando inicio a un festivo ritual, se puso a bailar junto con los duendes. Era tal la alegría que se derramaba desde el escenario, que la gente, contagiada, hacía palmas y, de alguna manera, se sentía un poco niña otra vez. El público, claro, se rindió fascinado ante el hechizo de estos animados saltos y meneos.
¿Desocupación? ¿Aumento en las tarifas? Nadie se acordó de eso.
Apenas terminó la música, los duendes se evaporaron precipitadamente. En su lugar, surgió de la nada una princesa ansiosa que quería ser mamá. Y junto a ella, una bruja de doble apellido vegetal, dispuesta a brindarle el remedio necesario: una niña que habría de danzar todo lo que ella le pidiera. Y la niña bailó; vaya si bailó. Más que bailar, se colgó de la luna, se puso a hacer piruetas y desde allí regó el aire con su gracia. Y cuando necesitó un compañero para el tango, hizo un gesto de prestidigitadora con sus manos y lo sacó enterito de una de sus mangas. El público, claro, se rindió fascinado ante el hechizo de sus movimientos y, apenas sonó el acorde final, estalló en una ovación irrefrenable y la/los aplaudió a rabiar.
¿Hospitales que se cierran? ¿Corrupción en el Senado? Nadie se acordó
de eso.
El final de la fiesta encontró a todos los protagonistas de la noche compartiendo el mismo ritual de antes. Todos, duendes, hada, princesa, bruja y bailarines se veían felices, plenos, resplandecientes. Los confabulados reían satisfechos, y no era para menos: habían logrado su objetivo de regalarle un encantamiento a la gente. No para hacerla huir de la realidad, sino para invitarla a no olvidar que la realidad se construye también con hechizos como ése.
Las luces volvieron a encenderse y. como si la hubiesen despertado de una hipnosis, la gente abandonó la sala muy contenta, pensando ingenuamente que había concurrido a un hermoso acto cultural.
Sólo yo conservo el recuerdo de lo que en verdad pasó en esa sala de la calle Güemes. Quizás porque -a diferencia del público- yo no existo. Soy sólo otro duende más, escapado de la imaginación de un señor alto y de barba que esa noche estuvo allí. Un señor cuya computadora tomé prestada sin que él lo sepa sólo para poder testimoniar mi agradecimiento.
Porque esa noche -lo juro- hubo magia en Santa Fe.

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