La actualidad, lo cotidiano, el mundo de las letras, la música, el fútbol, el cine, los afectos,
vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







jueves, 20 de marzo de 2008

Crónica nº 11: La perspectiva histórica y sus trampas (noviembre 2005)

El pasado 25 de octubre, a los 92 años, murió Rosa Parks, la mujer negra cuya pequeña gran rebelión individual derivó impensadamente en una lucha colectiva que, años después, consiguió desarticular la legislación racista imperante en los Estados Unidos.

Vale la pena repasar brevemente los hechos. Una tarde de diciembre de 1955, mientras regresaba a su casa en un autobús urbano de la ciudad de Montgomery, el conductor le exigió a Rosa que se levantara y le cediera su asiento a un hombre blanco que acababa de subir. Ella se negó a cumplir la orden. Como semejante conducta violaba la ley vigente en el estado de Alabama, su inédita y osada decisión le valió un arresto y una multa. Pero su detención motivó la reacción generalizada de la comunidad negra de Montgomery, que canalizó su protesta a través de un férreo boicot a las empresas locales de transporte, medida ésta que se prolongó durante 381 días. La revuelta -uno de cuyos líderes fue un hasta entonces poco conocido pastor bautista llamado Martin Luther King- marcó el inicio de una serie de crecientes reclamos en favor de los derechos civiles de los negros, que culminó en 1964 con la sanción de la ley que prohibió la discriminación racial.

Medio siglo después de aquel episodio fundacional, la muerte de Rosa Parks ha provocado a nivel mundial una catarata unánime de elogiosos conceptos sobre su personalidad y un amplio abanico de cálidos homenajes a su emblemática figura. Que esto ocurra es, además de justo, totalmente lógico. Y es que, en nuestros días, los derechos civiles de los negros se encuentran debidamente aceptados, institucionalizados y salvaguardados. Solamente un troglodita -que, por cierto, siguen existiendo en todas latitudes- podría cuestionar hoy la validez e importancia de aquel valiente acto de desobediencia.

Son las ventajas que otorga la perspectiva histórica. Es fácil valorar las transformaciones sociales y políticas cuando una sociedad ya las tiene incorporadas a su acervo cultural, cuando la gran mayoría de los ciudadanos acepta lo que alguna vez fue conflictivamente resistido. Por supuesto, no viene mal que así sea. Desde este punto de vista, la mirada retrospectiva nos devuelve una imagen alentadora de nosotros mismos, permite comprobar que -al menos en algunos aspectos- la raza humana ha evolucionado en forma considerable.

El problema es que esa misma perspectiva histórica nos tiende sutiles trampas en las que solemos caer con inquietante inocencia. La perspectiva histórica nos hace sentir que no estamos involucrados en ciertos acontecimientos, como si fueran enteramente extraños a nosotros. Nos muestra conflictos como si nada tuvieran que ver con el presente, como si sólo fueran cadáveres disecados con mayor o menor destreza. Nos libera de responsabilidades y de culpas. Por sobre todas las cosas, nos regala la ilusión de creer que indudablemente pertenecemos al bando correcto.

Si lográramos esquivar esas trampas, empezaríamos a dudar. Nos veríamos obligados -por ejemplo- a preguntarnos con una mano en el corazón si, en caso de haber estado viajando en aquel autobús, habríamos salido a proteger a Rosa, o si en cambio habríamos permitido que se la llevaran detenida por alborotadora. Y si no hubiésemos compartido aquel histórico viaje, ¿realmente habríamos valorado el heroísmo de su gesto en 1955, tal como lo valoramos hoy?

Podríamos remontar siglos y siglos hilvanando interrogantes en idéntico sentido. ¿Habríamos alzado nuestra voz para defender a ese tal Jesús que se peleaba con los mercaderes en el templo, o habríamos hecho cola para exigir indignados que se aplicara mano dura con aquel peligroso revolucionario? ¿Habríamos organizado una manifestación en favor de Galileo, o nos habríamos reído de aquel loco que suponía que la tierra se movía? ¿Le habríamos prestado nuestro oro a Colón para financiar su utópico viaje hacia las Indias, o le hubiésemos cerrado la puerta en las narices a aquel insensato que osaba afirmar que la tierra era redonda? ¿Habríamos impedido que quemaran a Juana de Arco o a Giordano Bruno, o nos hubiésemos sentido aliviados al comprobar cómo las purificantes llamas de la Inquisición mantenían a salvo el orden preestablecido que tanta comodidad nos brindaba?

Pero no se trata aquí de hacer especulaciones sobre lo que pudo haber pasado y no pasó (después de todo, como no estuvimos allí, nunca sabremos cuál habría sido en verdad nuestra reacción). Se trata exactamente de lo contrario; se trata de plantear una revisión honesta sobre lo que ocurre aquí mismo, a nuestro alrededor, hoy. Repensar cuál es la actitud que tomamos a diario frente a aquellos cuya mirada sobre el mundo cuestiona, contradice o desafía la nuestra. Preguntarnos, en suma, en este mismo día en que recordamos con admiración la valentía de Rosa Parks, a cuántas Rosas Parks despreciamos, maldecimos o ignoramos cada vez que salimos a la calle.

Convendría utilizar las enseñanzas de la perspectiva histórica, no sus trampas. Convendría admitir la posibilidad de que quizás en esos reclamos actuales que nos mueven el piso y nos incomodan se encuentren las semillas de ciertas verdades que en el futuro resultará inconcebible negar.

Convendría no olvidar que la Historia es una película donde -aunque nos guste pensar lo contrario- muchas veces solemos ponernos del lado de los malos.

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