La actualidad, lo cotidiano, el mundo de las letras, la música, el fútbol, el cine, los afectos,
vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







viernes, 25 de junio de 2021

Crónica n° 93: Minicrónicas en cuarentena #7 (junio 2020)

 La psicología nos enseña que la primera fase de todo duelo, la primera reacción de los individuos ante una pérdida significativa, es la negación. "No es posible, esto no puede estar sucediendo", clamamos frente a lo irremediable. Pero lo irremediable sucede y se nos  impone.


Nuestra normalidad, tal cual la conocimos hasta la irrupción del Covid 19, se murió. Y si no se murió, cayó en un coma profundo y prolongado, del cual quizás sólo despierte después de un plazo mucho mayor al que, en principio, estamos dispuestos a soportar. Ahí anda, entonces, la humanidad, atravesando a duras penas la primera fase de este duelo,  incurriendo en diversas variantes de una misma actitud negacionista. 

"La pandemia no existe; el virus es un invento" , afirman los más extremos. O "Están exagerando; no es para tanto. O "A mí no me va a pasar nada". Pero el virus, ajeno a estas elucubraciones tranquizadoras, continúa impertérrito su circulación dañina, sin respetar a los que descreen de él o lo subestiman.

Otros, en cambio, asumen que estamos ante un problema serio y ansían un pronto retorno a los hábitos perdidos, se aferran a la improbable inminencia de una vacunación masiva, del regreso de las clases  y del fútbol, o de un multitudinario veraneo en la costa. Pero cada vez que avanzamos demasiado rápido en esas direcciones hay que retroceder, y los pronósticos optimistas a corto plazo desnudan su andamiaje insustancial.

Nuestra normalidad, tal cual la conocimos, murió en marzo. Y ahí andamos todos,  los unos y los otros,  zamarreando su cadáver sobre la camilla, queriendo convencernos de que sigue viva.   Aún no hemos podido asimilar la magnitud de un fenómeno inédito que nos arroja,  a escala planetaria, hacia una incertidumbre descomunal que nos desborda por completo y frente a la cual nadie tiene, todavía,  respuestas de  probada eficacia. La "nueva normalidad" no existe; por ahora es más un eslogan que un concepto de perfiles claros. Deberemos construirla día tras día. Lo haremos  confusa, vertiginosa, contradictoriamente. Igual que a todas las viejas normalidades que  construimos y enterramos en los últimos cincuenta siglos.

martes, 12 de mayo de 2020

Crónica n| 92: Minicrónica en cuarentena #6 (mayo 2020)


Cualquier otro (sobre todo en estos tiempos en los que el autobombo es considerado una virtud) se hubiese plantado frente a ella, la hubiese mirado a los ojos con una mezcla de indignación y desprecio, y le hubiese advertido: "Pero flaca, ¿vos tenés idea de quién soy yo? ¿Cómo te me vas a aparecer así, de esta manera tan absurda?". Y ahí nomás, le hubiese soltado los blasones a quemarropa, le hubiese echado la historia encima para amedrentarla. Con justificada inmodestia, le habría enrostrado que él era el jugador sindicado nada menos que  por Maradona como "el mejor que pisó las canchas argentinas",   o le habría relatado en detalle las proezas memorables protagonizadas por él en aquel partido fantasmagórico que muchos mienten haber presenciado y del que no  quedó ningún registro fílmico.  Y entonces ella, avergonzada por no haber reconocido que estaba en presencia de un mito, tal vez no se hubiese animado a actuar con tamaña impertinencia.

Otros lo hubiesen hecho, si. Pero el Trinche no. Justamente él no se iba a poner a fanfarronear  en ese momento, después de toda una vida marcada por la humildad y el perfil bajo. Fiel a su estilo, le quiso hacer un último  caño a la muerte pero esta vez  no le salió. Porque la muy traidora le hizo un penal más grande que una casa, y el referí no lo cobró.


Ahora ella se va con la pelota bajo el brazo, creyendo que ganó el partido. No sabe que su penosa intervención solo ha conseguido agigantar la leyenda. La leyenda de Tomas Carlovich, el crack que eligió seguir jugando en el Ascenso para no dejar de ser feliz. La leyenda más fascinante y  conmovedora del fútbol argentino.


Crónica n° 91: Minicrónica en cuarentena #5 (mayo 2020)


Quiero que me dejen trabajar para tener la posibilidad de volver a generar ingresos. Quiero ir a bares y restaurantes con mi familia y mis amigos. Quiero pasear por la peatonal y entrar a las tiendas a comprar cosas. Quiero tomar un colectivo o un avión, e irme de vacaciones.

Quiero. Pero no puedo. Y eso me frustra. Aún así, sé que soy un afortunado, porque antes de la cuarentena sí podía.


Pienso entonces: ojalá que estas frustraciones coyunturales que muchos compartinos no se cristalicen en un berrinche improductivo. Ojalá conduzcan a ampliar nuestra mirada y volverla más sensible. Ojalá sirvan para estimular nuestra empatía, y permitan  que, aunque sea por unas semanas,  nos  pongamos en el lugar de los que sufren siempre, los millones de personas que no necesitan que haya  pandemias para pasar estas mismas privaciones.

 

Crónica n° 90: Minicrónica en cuarentena #4 (abril 2020)


Estaba por ir a acostarme cuando, por la ventanita del baño, llegó hasta mí un alarido que rasgaba el silencio compacto de la madtugada. Luego, con intervalo de segundos entre sí, escuché un par más. Llegaban desde lejos, desde el sur, asordinados pero nítidos. En otro momento, podría haberlos atribuido a una celebración trasnochada, solitaria y alcohólica de alguna conquista deportiva; en el contexto actual, resultaba obvio que no era eso. Los perros de la cuadra comenzaron a ladrar y ya no pude escuchar otra cosa que no  fuera ese coral desasosiego. Me desentendí del asunto y me fui a dormir.

 Al día siguiente, Rincón  amaneció convulsionado por el ir y venir de las múltiples versiones acerca de una noticia excluyente: la aparición de La Llorona.


¿Realidad perceptible o sugestión colectiva?  ¿Hecho policíaco o fenómeno sobrenatural? ¿Broma inofensiva o peligro latente? ¿ Alma en pena o humano fuera de control? Cada quien tendrá sus conjeturas y ejercerá su derecho a sustentarlas. Yo no tengo una posición tomada pero aviso: no me gusta el aburrido cinismo de los refutadores seriales, me rebelo contra su reduccionismo automático a explicaciones racionales. Preferiría que La Llorona fuese de veras un espectro que vaga buscando quién sabe qué. Plantearlo así es, me parece, una forma de apostar a que haya en la vida, aún en estos tiempos,  sobre todo en estos tiempos, algo que contradiga  la lógica fría y ciega de los virus, la matemática implacable de los conteos de muertos en la tele. 

Acaso la Llorona haya aparecido sólo para eso: para refrescarnos la necesidad de que sigan existiendo las historias que siempre han circulado por debajo de la Historia.
 
 
 
 


 

Crónica n° 89: Minicrónica en cuarentena #3 (abril 2020)


Enciendo la tele y pongo un canal de deportes. Están pasando los mejores goles del Burrito Ortega. Veo jugadores corriendo detrás de la pelota, veo multitudes poblando las tribunas, y me pregunto: ¿cuándo sucedió todo eso? ¿En qué era geológica? Me siento como si estuviera mirando un documental sobre la 1ra. Guerra Mundial. Peor aún: el testimonio fílmico de una civilización extinguida. Cuesta digerirlo, pero sí; TyC Sports se ha transformado en History Channel.

Recuerdo que hace poco, el mes pasado, andaba preocupado por la campaña de Colón en la Superliga, y ahora esa preocupación se me antoja un desvarío. Mi hábito de buscar en Internet información sobre los partidos jugados se ha vuelto anacrónico, un empeño actualmente tan absurdo como el de alguien que se obstinara en googlear: "10 tips para alimentar correctamente a su mamut:".


Entre el tele y yo está la mesita blanca de plástico, la que abollé sin querer de un puñetazo gritando aquel gol de Alario contra Olimpo en el cuarto minuto de descuento. La mesita  me interpela; la cicatriz que dejé sobre su superficie me recuerda que sí, que todo eso ocurrió de verdad, que hubo un tiempo en que el fútbol era algo real, vivo. Pero con eso no alcanza; al fin y al cabo, también es cierto que en el Museo de la Iglesia de San Francisco está la famosa mesa con la marca del tigre, y sin embargo cualquiera sabe que ya no circulan yaguaretés por el Parque del Sur.

¿Tendremos que resignarnos a que el fútbol se vuelva material de museo, territorio irreversible de nostalgias?  ¿Quedará limitado a su dimensión virtual, reducido a ser sólo un juego de  Play Station? Vaya uno a saber. Sé que en nuestro horizonte hay incertidumbres más graves por las cuales alarmarse, pero qué quieren que les diga  no me gusta imaginar un mundo en el que decir "Rojo y negro" no tenga más sentido que el de citar una novela de Stendhal. Un mundo desabrido en el que festejar un gol sea una expectativa tan insensata como la de ponerse a esperar que pase  el 17 para ir a la Rambla López a tomarse una Spur Cola.


Crónica n° 88: Minicrónica en cuarentena #2 (abril 2020)


Húmeda y gris, la mañana se despereza lenta sobre la plaza de Rincón. En el cajero automático de la esquina ya hay más de treinta personas que hacen cola, guardando la aséptica distancia impuesta por el miedo. Pero la cola no avanza y la desalentadora inmovilidad se traduce en una corriente nerviosa que recorre la fila hacia atrás y hacia adelante bajo la forma de preguntas impacientes y respuestas conjeturales. "El cajero está muerto". "¿No tiene plata?". "Dice que está temporalmente inhabilitado". "¿Lo van a arreglar rápido?".

Enfrente, por la vereda de la plaza, en rumbo paralelo a la cola, circula un linyera. Zapatillas rojas desarmadas, remera deportiva cubierta por un abrigo agujereado, gorra amarilla de Globo coronando su cabeza, una mano deforme apoyada sobre un bastón precario, la otra sosteniendo un gastado bolso de compras, el hombre seguramente, menos viejo de lo que parece mira la cola y saluda a algunos conocidos. Al llegar a la garita, le consulta algo por lo bajo al muchacho que espera el colectivo. Entonces detiene su marcha. Su figura decadente queda transitoriamente enmarcada por la grandiosidad del árbol de la esquina. Desde allí pasea su mirada algo perdida a lo largo de la fila de preocupados aspirantes a utilizar el cajero. Lo hace como quien mira los restos de una civilización que se ha extinguido y luego exclama:

_¿Así que no hay plata?

Después, sigue arrastrando sus pasos en dirección al este. El sol introvertido de otoño no se decide a iluminar esa mueca suya que, en caso de que el hombre tuviera dientes, podría ser calificada como una sonrisa burlona.

 

Crónica n° 87: Minicrónica en cuarentena #1 (marzo 2020)


¿Y si nuestra vida cotidiana nunca vuelve a ser tal cual la conocimos hasta ahora (y, exentos ya de tanto banal desasosiego, nos damos cuenta de que podemos vivir con la mitad de las cosas que tanto nos preocupaba conseguir y conservar)?

 ¿Y si nuestra vida cotidiana nunca vuelve a ser tal cual la conocimos hasta ahora (y, con retroactiva clarividencia, detectamos la ostensible sinrazón de tantas malasangres anteriores)?

 ¿Y si nuestra vida cotidiana nunca vuelve a ser tal cual la conocims hasta ahora (y, despojados ya de tantas absurdas vanidades, descubrimos que el éxito consiste sólo en despertarnos y estar sanos)?