La actualidad, lo cotidiano, el mundo de las letras, la música, el fútbol, el cine, los afectos,
vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







jueves, 10 de febrero de 2011

Crónica n° 64: Crónica líquida (enero 2011)

“El setenta por ciento del cuerpo humano está compuesto por agua”, ha dicho Armando en el patio de mi casa. Lo ha dicho con rigor científico de médico, encauzando una sobremesa trasnochada en la que un debate sobre cierto documental del Discovery Channel, enmarcado en el habitual exceso de comida, tabaco y alcohol, amenazaba con desbarrancarse hacia el delirio o la ciencia ficción.



“El setenta por ciento del cuerpo humano está compuesto por agua”, ha dicho, y yo he recordado o creido recordar un concepto extraído de algún remoto atlas de mi infancia: ”Las dos terceras partes del planeta Tierra están formadas por agua”.


Contundente mayoría de agua en nuestro cuerpo; contundente mayoría de agua en el planeta que habitamos. Agua por todas partes, dentro y fuera de nosotros. No en vano hubo en la antigua Grecia quien creyó ver en ella el elemento común a todas las cosas.


Debe ser por eso, pienso. Debe ser por la naturaleza eminentemente líquida de este mundo que la realidad de los hombres es tan inasible. Debe ser por eso que termina siempre por escurrirse entre los dedos de quien, ingenuamente, se esfuerza por capturar su sentido y esencia. Debe ser por eso que escapa invariablemente a nuestros torpes intentos de encarcelarla en sistemas de ideas. Debe ser por eso que parece burlarse de nuestras frágiles percepciones y mucho más aún de las sesudas interpretaciones que elaboramos en base a ellas.


La razón navega el curso de la realidad. Nada en él, se sumerge en él, bucea, y hasta practica saltos ornamentales sobre las acuáticas verdades humanas. Pero no consigue atraparlas ni, mucho menos, retenerlas. A veces parece que sí, que va a lograrlo, pero son sólo espejismos transitorios tras cuya efímera vigencia la realidad hace valer su eterna dimensión líquida, se deshace con asombrosa facilidad de las precarias hipótesis que hemos construido y continúa fluyendo, indiferente por completo a nuestros soberbios desvelos. Y su fluidez nos deja contrariados, con la vergüenza recurrente de una nueva derrota intelectual.


Deberíamos, tal vez, aprender a fluir con la realidad, dejarnos arrastrar por la corriente natural de la vida. Aunarnos con ella en la fluidez, ser congruentes con nuestra abundante proporción líquida, dejar de ser sujetos empeñados en mirar lo que no se puede ver, encaprichados en cazar lo intangible. Quizás así nos volveríamos más sabios. E incluso, más felices.


Claro que, si tal prodigio fuese posible, habría que resolver un problema: qué hacer con esta terquedad, conmovedora y absurda, de andar anotando palabras pretendidamente sólidas sobre páginas de agua. Siempre de agua.


Fatalmente. de agua.