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vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







miércoles, 4 de junio de 2008

Crónica nº 32: Recordando a Michel Serrault (agosto 2007)

En esta semana de duelo para los cinéfilos, en la que fallecieron dos directores de culto como Ingmar Bergman y Michelangelo Antonioni, se produjo también otra muerte ligada al ambiente cinematográfico que, quizás por su cercanía temporal con las otras dos, no tuvo idéntica repercusión mediática: la de Michel Serrault.

No soy crítico de cine, de modo que no me propongo mensurar aquí las cualidades tecnicas de este prestigioso actor francés, ni tampoco evaluar los méritos artísticos de las películas en las que intervino. Escribo estas líneas sólo como espectador, dejándome llevar por el impulso de evocar la profunda impresión que dejó en mí la primera y definitiva vez que lo vi actuar.

Debo remontarme para ello a 1984, a una noche calurosa de noviembre en la que fui al cine con el propósito primordial de reencontrar en la pantalla a la bellísima Isabelle Adjani, actriz cuya potencia expresiva y sugerente hermosura constituían para mí, en aquel entonces, un descubrimiento reciente que me había cautivado por completo. Era sábado, y en el Chaplin daban "Una mujer inquietante", título levemente ramplón con que se conoció en la Argentina a "Mortelle randonnée", oscuro, negrísimo drama policial dirigido por Claude Miller. Es curioso; si tuviera que improvisar una lista con mis películas favoritas, probablemente ésta no aparecería en los primeros lugares. Pero así como hay libros que permanecen en nuestro recuerdo a causa de una sola de sus páginas, también hay películas en las que un puñado de escenas, un clima, un diálogo o un personaje son suficiente razón para concederles un lugar especial en nuestra memoria. En mi caso, "Una mujer inquietante" es una de ellas.

Michel Serrault encarna allí a Beauvoir, un detective apodado "El Ojo" que, a pesar de los años transcurridos, anda por la vida sin haber podido reponerse de la desaparición de su pequeña hija. Isabelle Adjani compone a Catherine, una asesina del tipo "viuda negra" cuyos crímenes parecen más ligados al intento de llenar su vacío afectivo que al placer de alzarse con fortunas ajenas. Beauvoir se lanza tras los pasos de Catherine y la película muestra las alternativas de esa persecución. Sin embargo, no es el suspenso propio de los thrillers lo que resulta fascinante, sino la tensión que se establece entre ambos personajes. Porque el detective empieza a desarrollar la ¿infundada? sospecha de que esa joven tan peligrosa como escurridiza es su hija perdida. La sospecha deviene esperanza y luego, obsesión. Beauvoir queda así enfrentado al dilema moral y emocional de optar entre cumplir con su deber de capturar a la asesina y su deseo acaso irracional de protegerla. La trama policial pasa a ser apenas una excusa, el marco necesario para mostrar la historia terrible de dos seres desamparados que a duras penas pueden consigo mismos. Beauvoir necesita imperiosamente a su hija; Catherine busca a ciegas el cariño del padre ausente.

Imposible permanecer indiferente ante tanta desolación, menos aún si uno carga -como yo en aquellos días- con una irresistible atracción hacia los personajes atormentados. En la pantalla se juega un ajedrez profundo y apasionante, merced a un notable duelo actoral que atrapa, conmueve y lastima. Y yo estoy ahí, en la penumbra de la butaca, contemplándolo hechizado, mientras mis 19 años se enamoran definitivamente de Isabelle Adjani y tienden puentes de infinita compasión hacia ese hombre desesperado que está a punto de desbarrancarse en la locura.

La película termina con una voz en off que pronuncia una frase demoledora (tal vez la mejor frase final de todas las películas que he visto en mi vida), una metáfora cuya terrible belleza no sólo gobernó mis pensamientos esa noche durante la solitaria caminata de regreso hacia mi casa, sino que aún hoy, más de dos décadas después, mantiene su capacidad de conmocionarme cada vez que pienso en ella.

Michel Serrault participó en 135 películas a lo largo de su extensa trayectoria. El beneplácito de la crítica lo rescatará tal vez por títulos como "Ciudadano bajo vigilancia" o "El placer de estar contigo". El gran público lo recordará seguramente por su divertida actuación en "La jaula de las locas". A mí, en cambio, la sola mención de su nombre habrá de remitirme, inevitablemente, a aquel detective atribulado que me emocionó en el cine Chaplin.

Gracias por esa noche y hasta siempre, monsieur Serrault.

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