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vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







sábado, 26 de abril de 2008

Crónica nº 19: La pasión según Atlas (mayo 2006)

La Primera "D" es la categoría más baja en la estructura de los torneos oficiales que organiza la Asociación del Fútbol Argentino. Los clubes que participan en ella tienen mínimo renombre y exiguo presupuesto. No cuentan a su favor con pasados esplendores de los cuales poder vanagloriarse. Los partidos de la "D" se juegan en canchas de escaso o nulo verdor, ante un público por lo general muy reducido. Los jugadores no tienen sueldos. En todo caso, si gracias a algún espónsor barrial, llegan a cobrar algo de dinero, la paga se parece más a una changa que a un auténtico salario. Saben que nunca participarán de un Mundial, que nunca pisarán la Bombonera para enfrentar a Boca, que nunca serán transferidos a Europa por cifras millonarias. Juegan animados por la modesta ilusión de subir a la "C". Juegan -ni más ni menos- por el honor.

En la "D" no hay descensos. Como no hay otra categoría inferior, el equipo que sale último queda automáticamente desafiliado por un año, al cabo del cual puede volver a participar del torneo. Es el precio que debe pagar por ser -si se permite el barbarismo- el más último de todos.
El último de los últimos.

En esa incómoda posición recaló, en el 2004, el club Atlas, humilde institución que, a consecuencia del infortunio deportivo sufrido, en el transcurso del año que duró su desafiliación se quedó sin jugadores, sin cuerpo técnico... y hasta sin camisetas. La crítica situación, sin embargo, no impidió que el año pasado sus dirigentes decidieran emprender la quijotesca tarea de empezar de nuevo. Desde cero, claro.
Esa terquedad inclaudicable de este minúsculo grupo de personas aferradas a un sueño deportivo fue la razón que llevó a la cadena Fox Sports a elegir al "Marrón" (tal el apodo del club a causa del color predominante en su camiseta) como protagonista de un novedoso programa televisivo: "Atlas, la otra pasión", un "docu-reality" destinado a reflejar las vicisitudes del club en su retorno a la "D", no ya desde una perspectiva tradicional, meramente futbolística, sino a través de un enfoque intimista, centrado en lo humano y lo social.

Se sabe, un "reality" no es la realidad misma. Hay en él un cuidado trabajo de edición que la vida no tiene. Hay golpes de efecto que potencian el dramatismo o la emotividad de ciertas situaciones. Hay, también, circunstancias que sólo existen justamente a partir de la presencia de una cámara (es obvio que, de no ser por su exposición mediática, jamás un equipo de la "D" habría podido ganar adeptos en distintos países de America, ni sus jugadores habrían firmado autógrafos en la calle). Pero más allá de esta previsible dosis de artificiosidad, el programa logró un eficaz acercamiento al mundo cotidiano de ese puñado de personas ligadas al club. Mundo situado, por cierto, a tantos años luz de las tapas de los suplementos deportivos de los lunes, como del glamoroso universo de las estrellas del fútbol nacional. Los televidentes se asomaron a los entrenamientos y a los partidos, vivieron de cerca las expectativas y temores de futbolistas, dirigentes, cuerpo técnico e hinchas. Compartieron con ellos sus diarias complicaciones y los esfuerzos realizados para tratar de superarlas.

Es cierto, el remanido esquema del protagonista que persigue un objetivo luchando contra toda adversidad dista de ser original. De hecho, es constitutivo de la naturaleza humana, por eso se halla presente en tantas obras de la literatura y del cine. También en la televisión, claro. El valor principal de "La otra pasión" radica, entonces, en que su protagonista no es un individuo, sino un grupo. El héroe, aquí, es un héroe colectivo. Un héroe que, además, se vuelve admirable no porque gana, sino porque lucha, lo cual viene a subvertir el concepto pragmático de éxito imperante en nuestra sociedad. Justo homenaje éste -acaso involuntario- a tantos sacrificados compatriotas que, desde el anonimato y sin esperar recompensa, dedican su tiempo y su energía a crear, desarrollar y apuntalar miles de instituciones deportivas, sociales y culturales.

Si se hubiese tratado de una producción hollywoodense, en el último programa Atlas habría salido campeón en una tensa definición por penales, y los jugadores, emocionados, habrían dado la vuelta olimpica bajo una lluvia torrencial, con una banda de sonido pródiga en trompetas épicas. Pero esto no era una película, sino la realidad: después de cumplir la mejor campaña de toda su historia, Atlas perdió en semifinales contra Berazategui y no ascendió.

Precisamente por eso, por esa ausencia de final feliz, aplaudamos a Atlas. Hagámoslo por todos aquellos que en la vida jamás tendrán su premio y sin embargo la siguen peleando. Hagámoslo por los que siempre salen últimos en un mundo que les niega el derecho a ocupar otra posición.

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