tag:blogger.com,1999:blog-76289863117307050832024-03-13T03:02:37.769-07:00Crónicas del Hombre AltoAlfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.comBlogger94125tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-62494997342860598802021-06-25T05:02:00.001-07:002021-06-25T05:02:47.181-07:00Crónica n° 93: Minicrónicas en cuarentena #7 (junio 2020)<p><span style="font-size: large;"> <span style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">La psicología nos enseña que la primera fase de todo duelo, la primera reacción de los individuos ante una pérdida significativa, es la negación. "No es posible, esto no puede estar sucediendo", clamamos frente a lo irremediable. Pero lo irremediable sucede y se nos impone.</span></span></p><span style="font-size: large;"><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><span style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">Nuestra normalidad, tal cual la conocimos hasta la irrupción del Covid 19, se murió. Y si no se murió, cayó en un coma profundo y prolongado, del cual quizás sólo despierte después de un plazo mucho mayor al que, en principio, estamos dispuestos a soportar. Ahí anda, entonces, la humanidad, atravesando a duras penas la primera fase de este duelo, incurriendo en diversas variantes de una misma actitud negacionista. </span><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><span style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">"La pandemia no existe; el virus es un invento" , afirman los más extremos. O "Están exagerando; no es para tanto. O "A mí no me va a pasar nada". Pero el virus, ajeno a estas elucubraciones tranquizadoras, continúa impertérrito su circulación dañina, sin respetar a los que descreen de él o lo subestiman.</span><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><span style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">Otros, en cambio, asumen que estamos ante un problema serio y ansían un pronto retorno a los hábitos perdidos, se aferran a la improbable inminencia de una vacunación masiva, del regreso de las clases y del fútbol, o de un multitudinario veraneo en la costa. Pero cada vez que avanzamos demasiado rápido en esas direcciones hay que retroceder, y los pronósticos optimistas a corto plazo desnudan su andamiaje insustancial.</span><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><br style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;" /><span style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;">Nuestra normalidad, tal cual la conocimos, murió en marzo. Y ahí andamos todos, los unos y los otros, zamarreando su cadáver sobre la camilla, queriendo convencernos de que sigue viva. Aún no hemos podido asimilar la magnitud de un fenómeno inédito que nos arroja, a escala planetaria, hacia una incertidumbre descomunal que nos desborda por completo y frente a la cual nadie tiene, todavía, respuestas de probada eficacia. La "nueva normalidad" no existe; por ahora es más un eslogan que un concepto de perfiles claros. Deberemos construirla día tras día. Lo haremos confusa, vertiginosa, contradictoriamente. Igual que a todas las viejas normalidades que construimos y enterramos en los últimos cincuenta siglos.</span></span><div class="yj6qo" style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif;"></div><div><span style="background-color: black; font-family: Arial, Helvetica, sans-serif; font-size: small;"><br /></span></div>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-37536246058387581042020-05-12T16:01:00.002-07:002020-05-12T16:01:25.223-07:00Crónica n| 92: Minicrónica en cuarentena #6 (mayo 2020)
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Cualquier otro (sobre todo en estos tiempos en los que el
autobombo es considerado una virtud) se hubiese plantado frente a ella, la
hubiese mirado a los ojos con una mezcla de indignación y desprecio, y le
hubiese advertido: "Pero flaca, ¿vos tenés idea de quién soy yo? ¿Cómo te
me vas a aparecer así, de esta manera tan absurda?". Y ahí nomás, le
hubiese soltado los blasones a quemarropa, le hubiese echado la historia encima
para amedrentarla. Con justificada inmodestia, le habría enrostrado que él era
el jugador sindicado nada menos que por Maradona como "el mejor que
pisó las canchas argentinas", o le habría relatado en detalle
las proezas memorables protagonizadas por él en aquel partido fantasmagórico
que muchos mienten haber presenciado y del que no quedó ningún registro
fílmico.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Y entonces ella, avergonzada
por no haber reconocido que estaba en presencia de un mito, tal vez no se
hubiese animado a actuar con tamaña impertinencia.</span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span></o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Otros lo hubiesen hecho, si. Pero el Trinche no. Justamente
él no se iba a poner a fanfarronear en ese momento, después de toda una
vida marcada por la humildad y el perfil bajo. Fiel a su estilo, le quiso hacer
un último caño a la muerte pero esta vez<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>no le salió. Porque la muy traidora le hizo un penal más grande que una
casa, y el referí no lo cobró.</span></span><br />
<br />
<br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Ahora ella se va con la pelota bajo el brazo, creyendo que
ganó el partido. No sabe que su penosa intervención solo ha conseguido
agigantar <st1:personname productid="la leyenda. La" w:st="on">la leyenda. La</st1:personname>
leyenda de Tomas Carlovich, el crack que eligió seguir jugando en el Ascenso
para no dejar de ser feliz. La leyenda más fascinante y conmovedora del
fútbol argentino.</span></span><br />
<br />
<br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span></div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-46381038754135011852020-05-12T15:57:00.000-07:002020-05-12T15:58:56.529-07:00Crónica n° 91: Minicrónica en cuarentena #5 (mayo 2020)<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Quiero que me dejen trabajar para tener la posibilidad de
volver a generar ingresos. Quiero ir a bares y restaurantes con mi familia y
mis amigos. Quiero pasear por la peatonal y entrar a las tiendas a comprar
cosas. Quiero tomar un colectivo o un avión, e irme de vacaciones.</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span></o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Quiero. Pero no puedo. Y eso me frustra. Aún así, sé que soy
un afortunado, porque antes de la cuarentena sí podía.</span></span><br />
<br />
<br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Pienso entonces: ojalá que estas frustraciones coyunturales
que muchos compartinos no se cristalicen en un berrinche improductivo. Ojalá
conduzcan a ampliar nuestra mirada y volverla más sensible. Ojalá sirvan para
estimular nuestra empatía, y permitan que, aunque sea por unas
semanas, nos pongamos en el lugar de los que sufren siempre, los
millones de personas que no necesitan que haya pandemias para pasar estas
mismas privaciones.</span></span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span></div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-78568042891599694462020-05-12T15:51:00.001-07:002020-05-12T15:54:19.607-07:00Crónica n° 90: Minicrónica en cuarentena #4 (abril 2020)<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Estaba por ir a acostarme cuando, por la ventanita del baño,
llegó hasta mí un alarido que rasgaba el silencio compacto de <st1:personname productid="la madtugada. Luego" w:st="on">la madtugada. Luego</st1:personname>,
con intervalo de segundos entre sí, escuché un par más. Llegaban desde
lejos, desde el sur, asordinados pero nítidos. En otro momento, podría
haberlos atribuido a una celebración trasnochada, solitaria y alcohólica de
alguna conquista deportiva; en el contexto actual, resultaba obvio que no
era eso. Los perros de la cuadra comenzaron a ladrar y ya no pude escuchar otra
cosa que no<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>fuera ese coral desasosiego.
Me desentendí del asunto y me fui a dormir.</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span></o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Al día siguiente,
Rincón<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>amaneció convulsionado por el ir
y venir de las múltiples versiones acerca de una noticia excluyente: la
aparición de La Llorona.</span></span></span><br />
<br />
<br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">¿Realidad perceptible o sugestión colectiva? ¿Hecho
policíaco o fenómeno sobrenatural? ¿Broma inofensiva o peligro latente? ¿ Alma
en pena o humano fuera de control? Cada quien tendrá sus conjeturas y ejercerá
su <span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">derecho a sustentarlas. Yo no tengo una posición tomada pero
aviso: no me gusta el aburrido cinismo de los refutadores seriales, me rebelo
contra su <span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">reduccionismo automático a explicaciones racionales.
Preferiría que La Llorona fuese de veras un espectro que vaga buscando quién
sabe qué. Plantearlo así es, me parece, una forma de apostar a que haya en la
vida, aún en estos tiempos, sobre todo en estos tiempos, algo que
contradiga la lógica fría y ciega de los virus, la matemática
implacable de los conteos de muertos en la tele.</span></span></span></span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span><br />
<br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Acaso la Llorona haya aparecido sólo para eso: para
refrescarnos la necesidad de que sigan existiendo las historias que siempre han
circulado por debajo de la Historia.</span></span></span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span></span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span><br />
<br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span></div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-39071488064396606112020-05-12T15:46:00.002-07:002020-05-12T15:47:11.791-07:00Crónica n° 89: Minicrónica en cuarentena #3 (abril 2020)<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Enciendo la tele y pongo un canal de deportes. Están pasando
los mejores goles del Burrito Ortega. Veo jugadores corriendo detrás de la
pelota, veo multitudes poblando las tribunas, y me pregunto: ¿cuándo sucedió
todo eso? ¿En qué era geológica? Me siento como si estuviera mirando un
documental sobre la 1ra. Guerra Mundial. Peor aún: el testimonio fílmico de una
civilización extinguida. Cuesta digerirlo, pero sí; TyC Sports se ha
transformado en History Channel.</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span></o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"></span><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Recuerdo que hace poco, el mes pasado, andaba preocupado por
la campaña de Colón en la Superliga, y ahora esa preocupación se me antoja un
desvarío. Mi hábito de buscar en Internet información sobre los partidos
jugados se ha vuelto anacrónico, un empeño actualmente tan absurdo como el de
alguien que se obstinara en googlear: "10 tips para alimentar
correctamente a su mamut:".</span></span><br />
<br />
<br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Entre el tele y yo está la mesita blanca de plástico, la que
abollé sin querer de un puñetazo gritando aquel gol de Alario contra Olimpo en
el cuarto minuto de descuento. La mesita<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>me interpela; la cicatriz que dejé sobre su superficie me recuerda que
sí, que todo eso ocurrió de verdad, que hubo un tiempo en que el fútbol era
algo real, vivo. Pero con eso no alcanza; al fin y al cabo, también es cierto
que en el Museo de la Iglesia de San Francisco está la famosa mesa con la marca
del tigre, y sin embargo cualquiera sabe que ya no circulan yaguaretés por el
Parque del Sur.</span></span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">¿Tendremos que resignarnos a que el fútbol se vuelva
material de museo, territorio irreversible de nostalgias? ¿Quedará
limitado a su dimensión virtual, reducido a ser sólo un juego de <span style="font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Play Station? Vaya
uno a saber. Sé que en nuestro horizonte hay incertidumbres más graves por las
cuales alarmarse, pero qué quieren que les diga no me gusta imaginar un
mundo en el que decir "Rojo y negro" no tenga más sentido que el de
citar una novela de Stendhal. Un mundo desabrido en el que festejar un gol sea
una expectativa tan insensata como la de ponerse a esperar que pase el 17
para ir a <st1:personname productid="la Rambla Lpez" w:st="on">la Rambla López</st1:personname>
a tomarse una Spur Cola.</span></span></span><br />
<br />
<br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span></div>
</div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-67761460221832308712020-05-12T15:40:00.001-07:002020-05-12T15:42:38.272-07:00Crónica n° 88: Minicrónica en cuarentena #2 (abril 2020)<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Húmeda y gris, la mañana se despereza lenta sobre la plaza
de Rincón. En el cajero automático de la esquina ya hay más de treinta personas
que hacen cola, guardando la aséptica distancia impuesta por el miedo. Pero la
cola no avanza y la desalentadora inmovilidad se traduce en una corriente
nerviosa que recorre la fila hacia atrás y hacia adelante bajo la forma de
preguntas impacientes y respuestas conjeturales. "El cajero está
muerto". "¿No tiene plata?". "Dice que está temporalmente
inhabilitado". "¿Lo van a arreglar rápido?".</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Enfrente, por la vereda de la plaza, en rumbo paralelo a la
cola, circula un linyera. Zapatillas rojas desarmadas, remera deportiva
cubierta por un abrigo agujereado, gorra amarilla de Globo coronando su cabeza,
una mano deforme apoyada sobre un bastón precario, la otra sosteniendo un
gastado bolso de compras, el hombre seguramente, menos viejo de lo que parece
mira la cola y saluda a algunos conocidos. Al llegar a la garita, le consulta
algo por lo bajo al muchacho que espera el colectivo. Entonces detiene su
marcha. Su figura decadente queda transitoriamente enmarcada por la
grandiosidad del árbol de <st1:personname productid="la esquina. Desde" w:st="on">la
esquina. Desde</st1:personname> allí pasea su mirada algo perdida a lo largo
de la fila de preocupados aspirantes a utilizar el cajero. Lo hace como quien
mira los restos de una civilización que se ha extinguido y luego exclama:</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">_¿Así que no hay plata?</span><br />
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">Después, sigue arrastrando sus pasos en dirección al este.
El sol introvertido de otoño no se decide a iluminar esa mueca suya que, en
caso de que el hombre tuviera dientes, podría ser calificada como una sonrisa
burlona.</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-82503270830252808272020-05-12T15:27:00.001-07:002020-05-12T15:34:23.736-07:00Crónica n° 87: Minicrónica en cuarentena #1 (marzo 2020)<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">¿Y si nuestra vida cotidiana nunca vuelve a ser tal cual la
conocimos hasta ahora (y, exentos ya de tanto banal desasosiego, nos damos cuenta
de que podemos vivir con la mitad de las cosas que tanto nos preocupaba
conseguir y conservar)?</span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif;"><o:p> </o:p>¿Y si nuestra vida cotidiana nunca vuelve a ser tal cual la
conocimos hasta ahora (y, con retroactiva clarividencia, detectamos la
ostensible sinrazón de tantas malasangres anteriores)?</span></span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif;"><o:p> </o:p>¿Y si nuestra vida cotidiana nunca vuelve a ser tal cual la
conocims hasta ahora (y, despojados ya de tantas absurdas vanidades, descubrimos
que el éxito consiste sólo en despertarnos y estar sanos)?</span></span></div>
<span style="font-family: "trebuchet ms" , sans-serif; font-size: large;">
</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-77567218985722770172013-06-28T10:00:00.001-07:002013-06-28T10:00:50.978-07:00¡ Llega el libro de las Crónicas !<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUO44tNZ4mGj3J-GP8XJIg0O_EzgdVG8XsR6sInZ_f17NWXOOfiqjhzPM6N1z2EEgGDeRYeVMwR0SK4RVq3_Z6UMWP9zrzs73lTHOR-4UBv-hev5dkMtHC-AnmelfWFotj_Q105NBpnlI/s873/tapa.png" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUO44tNZ4mGj3J-GP8XJIg0O_EzgdVG8XsR6sInZ_f17NWXOOfiqjhzPM6N1z2EEgGDeRYeVMwR0SK4RVq3_Z6UMWP9zrzs73lTHOR-4UBv-hev5dkMtHC-AnmelfWFotj_Q105NBpnlI/s320/tapa.png" width="219" /></a></div>
<br />
<br />
<br />
<br />
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: Arial;">“Las 4 Estaciones de la Palabra” es un emprendimiento conjunto de Editorial
Palabrava y Diario El Litoral. El mismo consiste en la publicación anual de
cuatro libros de autores santafesinos (al inicio de cada una de las estaciones
del año) y su distribución masiva junto con el diario mediante la modalidad de
“venta opcional”, a un precio accesible.<o:p></o:p></span>
</span><br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: Arial;"><span style="font-size: large;"> <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-size: large;">
</span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: Arial;"><span style="font-size: large;">El n° 6 de esta Colección
(correspondiente al invierno 2013) será <b><span style="font-weight: bold;">“Crónicas del Hombre Alto”</span></b>, de
<st1:personname productid="Alfredo Di Bernardo" w:st="on"><b><span style="font-weight: bold;">Alfredo Di Bernardo</span></b></st1:personname>, y
saldrá a la venta el próximo <b><span style="font-weight: bold;">martes 2 de
julio</span></b>.<o:p></o:p></span></span></span><br />
<span style="font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: Arial;"><span style="font-size: large;">El costo del libro será de $ 24,90
(si se lo adquiere con el cupón que se publica en el diario) o de $ 50 (sin el
cupón).<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: Arial; font-size: medium;"><span style="font-family: Arial; font-size: 14pt;"><o:p> </o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal">
<span style="font-family: Arial; font-size: medium;"><span style="font-family: Arial; font-size: 14pt;"> <o:p></o:p></span></span></div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-14360343271657229222013-04-22T05:03:00.000-07:002013-04-22T05:03:48.903-07:00Crónica n° 86: ¿Quién mató a la princesa Alexandra? (abril 2013)
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"> A principios de los años ‘70, en la casa de mi abuelo
materno, sobre una mesa resguardada por una cubierta de felpa color vino tinto
que olía a décadas pretéritas, había una pila de revistas viejas. Cuando digo
viejas, me refiero a revistas de 1968 y 1969. En realidad, había muchas otras
cosas sobre esa mesa, pero para mí insaciable sed de lector precoz ese material
poseía un atractivo inconmensurable, y era lo que más llamaba mi atención.
Había, sobre todo, ejemplares de Gente y Siete Días, pero también algunos de
Primera Plana, Así y Vosotras. Vaya uno a saber por qué razón permanecían ahí
después de tres o cuatro años. Mi abuelo era –para beneplácito de mi exacerbada
curiosidad- una persona que gustaba de acumular objetos y papeles; de manera
que es muy probable que incluso él mismo hubiese olvidado ya el propósito
perseguido al decidir conservarlas. <o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Son muchos los
artículos e imágenes que recuerdo de aquellas apasionantes lecturas. Gracias a
una cobertura especial incluída en un ejemplar de Siete Días, por ejemplo, supe
lo que había sido el Cordobazo (al menos, en su versión de crónica policial).
De una revista Gente me quedó grabada una ilustración de El Eternauta (en la
versión dibujada por Breccia), más específicamente la escena de las naves
invasoras sobrevolando el estadio de River. A través de otra revista Gente,
dedicada al casamiento de Jacqueline Bouvier con Onassis, conocí la historia
del asesinato de John Kennedy y se instaló en mí para siempre una de las
imágenes que más me ha impactado en la vida: no la foto en que JFK ya ha
recibido el disparo, sino la otra, la más terrible, esa en que se lo ve
saludando sonriente a la multitud con la inocencia escalofriante de quien
ignora que está a segundos de morir.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Pues bien, en
una de esas revistas –estoy casi seguro de que era una Vosotras- me topé con un
relato de intrigas palaciegas llamado “¿Quién mató a <st1:personname productid="la princesa Alexandra" w:st="on">la princesa Alexandra</st1:personname>?”.
Para ser más preciso, me topé sólo con un capítulo del mismo, ya que se trataba
de una historia por entregas. Lo que tenía de particular aquel relato era que
su publicación estaba enmarcada en un concurso organizado por <st1:personname productid="la revista. En" w:st="on">la revista. En</st1:personname> efecto,
los lectores debían deducir quién era el asesino y enviar por carta un cupón
con <st1:personname productid="la respuesta. Luego" w:st="on">la respuesta.
Luego</st1:personname> de la última entrega, se sortearía un premio entre los
sagaces participantes que hubiesen descifrado el enigma. De más está decir que
me hubiese encantado poder desentrañar el misterio que encerraba la historia,
aun cuando mi intervención en el concurso no fuera ya posible. Sucedió, sin
embargo, que mis ansias naufragaron en una insalvable limitación: por más que
busqué y rebusqué en aquel montón de revistas, no pude hallar ningún capítulo
previo o posterior al que había leído y, por lo tanto, mi carrera de
investigador privado quedó trunca antes de nacer.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>¿Por qué
recuerdo tanto todo esto? Porque la lectura de ese relato policial provocó la
primera reflexión de mi vida sobre el arte de escribir. La cosa fue así: en un
momento determinado, el detective increpa a un personaje llamado Sartoris (creo
que era el jardinero), lo derriba de un puñetazo, se arroja sobre él y,
tomándolo del cuello con rudeza, le formula amenazante su exigencia: “Dime
quién mató a <st1:personname productid="la princesa Alexandra" w:st="on">la
princesa Alexandra</st1:personname>”. Y ahí nomás, el autor (o la autora)
dejaba asentada una frase formidable:<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><em>-Sí, sí- dijo
Sartoris, y dio el nombre pedido.<o:p></o:p></em></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Me sentí
indignado y perplejo. Supongo que retrocedí un renglón para releerla. <em>“Sí, sí-
dijo Sartoris, y dio el nombre pedido”.</em> Era increíble; uno de los personajes
acababa de revelarle al otro el secreto esencial de la historia delante de mis
narices y yo no había podido enterarme de nada. En ese momento no lo supe, pero
otros misterios, no menos fascinantes, comenzaban a develarse frente a mí con
esa frase: los de la creación literaria. Fue una iluminación que no anuló mi
contrariedad infantil pero contribuyó a redimirla con una dosis de asombro. De
forma más emotiva que intelectual, por supuesto, caí en la cuenta de que un
texto literario no era sólo una acumulación interesante de palabras, sino que
había alguien detrás que movía, como un titiritero, los hilos de la trama para
cautivar al lector. Tenía 7 u 8 años y era la primera vez que reparaba en la
sombra de esa mano detrás de las palabras. <em>“Sí, sí- dijo Sartoris, y dio el
nombre pedido”</em>. Estaba claro: al igual que los prestidigitadores, también los
escritores sabían ocultar cosas. Los escritores utilizaban trucos y yo acababa
de detectar uno de ellos.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span>El tiempo
disolvió el rastro de aquella revista y, salvo contadísimas excepciones,
también el de todos los otros objetos y papeles que había en la casa de mi
abuelo. He consultado Internet en busca de un improbable reencuentro con aquel
histórico fragmento pero no he tenido éxito. Quizás sea mejor así, para evitar
las decepciones que la mirada adulta suele inocularle a las sensaciones de <st1:personname productid="la infancia. Aunque" w:st="on">la infancia. Aunque</st1:personname>
eso me condene a<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>ignorar para siempre
quién mató a <st1:personname productid="la princesa Alexandra." w:st="on">la
princesa Alexandra.</st1:personname><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-84749319134341008952013-04-03T05:05:00.000-07:002013-04-03T05:05:08.908-07:00Crónica n° 85: La buena gente (marzo 2013)
<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Tengo amigos que se emocionaron hasta las lágrimas cuando se
conoció la identidad del nuevo Papa. Tengo amigos que, la semana anterior, se
entristecieron profundamente al conocer la noticia de la muerte de Hugo Chávez.
Tengo amigos que no soportan a la Presidenta ni a nada que huela a
kirchnerismo. Tengo amigos que concurren a los actos del oficialismo,
orgullosos de festejar por las calles cada logro del gobierno nacional. Tengo
amigos que practican el cristianismo con sincera devoción y colaboran en forma
activa con su parroquia. Tengo amigos recalcitrantemente ateos que son, además,
furibundos anticlericales. Tengo amigos que simpatizan con valores
tradicionalmente identificados con <st1:personname productid="la derecha. Tengo" w:st="on">la derecha. Tengo</st1:personname> amigos que militan en partidos y
agrupaciones de izquierda. Puedo tener con cada uno de ellos mayor o menor
afinidad ideológica, puedo –por exceso o por defecto- no compartir algunos o
varios de sus puntos de vista, puede ocurrir (y de hecho, ocurre con
frecuencia) que cuando se manifiestan en la calle o en las urnas los grandes
temas del país y de la condición humana estemos parados en veredas opuestas.
Sin embargo, estas discordancias no impiden que a todos ellos los considere
buena gente (lo cual es lógico, porque sino no podrían ser mis amigos). ¿En qué
sentido digo buena gente? En el sentido de que, aun con sus defectos a cuestas,
todos ellos son básicamente honrados,<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>trabajadores, responsables. Uno nunca los va a encontrar metidos en
chanchullos o asuntos vidriosos. Son gente dispuesta a dar una mano y a hacer
favores sin pedir nada a cambio, gente que no usa a los otros, gente que elige
a diario no complicarle la vida a los demás. Son personas confiables: puedo darles
la espalda sin temer la cuchillada artera o <st1:personname productid="la maledicencia. Que" w:st="on">la maledicencia. Que</st1:personname>
no parezca poco todo esto en los días que corren. <o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Lo curioso –y he aquí la gran paradoja que me llena de
perplejidad- es que sería totalmente inviable sentarlos juntos a la misma mesa.
Hacerlo implicaría abrir las puertas a una feroz balacera dialéctica que
dejaría un tendal de ofuscados y ofendidos. Aquello que los diferencia ocuparía
el primer plano de la escena y toda posible relación entre ellos naufragaría
sin remedio en un océano de antinomias insalvables. Enfocados en mensurar
sus<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>respectivas incompatibilidades,
perderían de vista las cualidades humanas que los igualan, lo cual me parece no
sólo una injusticia, sino también y sobre todo un auténtico desperdicio. Porque
no son las eventuales discusiones el problema (al fin y al cabo, son gente
grande y pueden defenderse solos). Lo que en verdad me aflige es que ese
reduccionismo sin matices les impediría<span style="mso-spacerun: yes;">
</span>reconocerse entre sí como buena gente.<span style="mso-spacerun: yes;">
</span><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Seguramente, no faltaría quien, todavía enardecido por el
fragor del tiroteo verbal suscitado, afirmara que hay estafadores
simpatiquísimos, genocidas que juegan a la pelota con sus nietos, explotadores
redivertidos en los asados, mafiosos siempre dispuestos a ayudar a sus
sobrinos, y no por eso adquieren el carnet de buena gente frente al resto de
los mortales, que no sólo quedan excluidos de su faceta bienhechora sino que,
muy por el contrario, sufren las consecuencias perniciosas de sus otros actos.
Ya lo sé, pero está claro que, por las razones apuntadas más arriba, casos
extremos como estos no pueden aplicarse por analogía a mis amigos. Que no serán
héroes inmaculados, pero tampoco son una sartenada de cretinos. <o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Imagino que tampoco faltarían quienes, con el lanzallamas
todavía<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>humeante, me reprocharían el
hecho de considerar buena gente a alguien que apoya tal o cual causa, o a
alguien que está en contra de tal o cual otra. A lo cual yo contestaría: ¿y por
qué no? Nunca he entendido ni compartido ese criterio dogmático tan arraigado
según el cual todos los que enarbolan la misma bandera que uno son
necesariamente buenos y los que enarbolan otra son necesariamente malos. Tengo,
por supuesto, mis preferencias ideológicas y –como a todos- me disgusta que
alguien venga a cuestionarlas. Pero el concepto (o el preconcepto) que me
merecen las posturas filosóficas ajenas que no comparto no me inhibe para
reconocer la eventual nobleza de quienes las sostienen. Cada persona es una
entidad compleja, compuesta de facetas diversas, a veces contradictorias. Nada
obsta, me parece, a que en un saludable ejercicio de tolerancia -¿cómo
llamarlo: transversalidad ideológica, transideología?- las personas encuentren
puntos de contacto sobre los cuales edificar una interacción constructiva o, al
menos, armoniosa.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Si a esta altura quedara todavía alguien sentado a la mesa
después de la reyerta, probablemente me preguntaría alarmado si acaso estoy
insinuando que la ideología de una persona no es tan importante como tendemos a
creer (como no lo son, tampoco -o como no deberían serlo- su raza, su
nacionalidad o su orientación sexual). Tendría que aclarar entonces que el
perfil ideológico sí me parece sumamente relevante pero que no es tan decisivo
como su perfil ético. Digámoslo con una alegoría futbolera, a ver si se entiende
la idea: el hecho de que un barrabrava de Colón y yo gritemos los goles del
mismo equipo no significa que yo sienta, a nivel humano, más empatía con él que
con un pacífico hincha de Unión. De este último podría hacerme amigo a pesar de
la rivalidad deportiva; del primero no, a pesar de nuestras coincidencias en
ese sentido. Bueno, del mismo modo, es mucho más factible que me sienta cómodo
tomando un café con alguien honesto que piensa distinto a mí, que con un
tránsfuga que circunstancialmente ha votado al mismo candidato que yo. Quizá
con el primero no pueda desarrollar una corriente de afecto, es cierto, pero lo
voy a respetar. Con el segundo, en cambio, serían tan imposibles el afecto como
el respeto. <o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Tengo amigos muy diversos entre si y celebró esa diversidad.
Estaría bueno que fueran amigos también entre ellos, pero la amistad por
carácter transitivo no existe. “El amigo de mi amigo es mi amigo” será una
fórmula muy eficaz para recordar cierta regla matemática de las ecuaciones pero
resulta inaplicable en la vida práctica. No pretendo tanto. Lo que sí me
gustaría es que mis amigos pudiesen verse mutuamente como yo los veo, así, tan
buena gente. Sí lo hicieran, se darían cuenta de que -al menos desde cierto
punto de vista- estamos todos alineados en el mismo bando. Pero al parecer no
pueden, y es una pena. Con tanta mala gente deambulando como plaga por el
mundo, es una pena que no puedan. Una verdadera pena.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-30501488840198009802013-03-12T08:43:00.002-07:002013-03-12T08:43:27.680-07:00Crónica n° 84: Rodrigo, el regalador (marzo 2013)<span style="font-size: large;"><span style="font-family: Arial;">“</span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Un brindis por el del cumpleaños, che”, propone Anabel. De inmediato, los ocho
vasos se elevan con su carga de cerveza y buenos augurios para encontrarse en el
aire y homenajear al Rodri por sus flamantes 28 años. Hasta allí, una escena
común y corriente: noche fresquita de verano, un bar con mesas en la vereda, un
grupo de amigos celebrando. Pero sucede entonces que, inesperadamente, el Rodri
se pone de pie y, con tonito admonitorio de maestro ciruela, nos da una orden
insólita: “Bueno, ahora todos tienen que cerrar los ojos”. Y para subrayar la
idea, remata amenazante: “El que los abre se queda sin regalo, ¿estamos?”.
<o:p></o:p></span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">
</span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"> A juzgar por
los comentarios de la mayoría, la situación parece no sorprender a casi nadie. A
mí, sí. Conozco al Rodri desde hace cinco años, hemos compartido decenas de
movidas culturales y cientos de porrones, sé algo de su trabajo y de su
militancia, sé bastante de su actividad musical y hasta sé de su gusto por
escudriñar las estrellas a través de un telescopio, pero es la primera vez que
asisto a uno de sus cumpleaños y todo indica que estoy por descubrir otra faceta
de su personalidad, una costumbre –al parecer- tan característica como su
incontrolable hábito de batir palmas cada vez que algo le resulta divertido .
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Lo cierto
es que unos y otros, iniciados y novatos, obedecemos la consigna con lealtad de
alumnitos aplicados y cerramos los ojos o nos tapamos <st1:personname productid="la cara. Mientras" w:st="on">la cara. Mientras</st1:personname> los varones del
grupo nos ponemos a hilvanar previsibles conjeturas de doble sentido sobre el
destino inmediato que nos aguarda, el Rodri va y viene alrededor de la mesa,
arrastrando consigo el crujido de una bolsa de nailon recurrentemente revuelta
por una mano que entra y sale. Percibo sus movimientos de duende exaltado y
trato de adivinar qué es lo que está distribuyendo sobre la mesa con tanto
esmero. Pienso en posibles artesanías, en tarjetas humorísticas, obsequios
simples y simpáticos que acaso sean de manufactura propia. Imagino, también, que
para los demás clientes del bar aquel debe constituir un espectáculo
incomprensible, rayano en lo bizarro. “Me siento una nena de nueve años”, dice
la July, y tiene razón. El ritual nos retrotrae a la infancia y es justamente
eso lo que le otorga al momento su encanto irresistible.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"> </span></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">“Ahora si”,
anuncia el Rodri, exultante. “A la una, a las dos y a las…”.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Abro los
ojos y encuentro en la mesa, delante de mí, una caja de chocolates y un CD de
jazz. Los tomo en mis manos, los palpo, los doy vuelta, los miro con
incredulidad, sin entender. No es un chiste; son reales. A mi izquierda, a mi
derecha, frente a mí, los otros incurren en gestos y reacciones similares. A
algunos les ha tocado un disco, a otros un libro. Con inocultable satisfacción,
el Rodri disfruta viendo nuestras caras traspasadas por la felicidad y el
asombro. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"> Primera
corrección a mis suposiciones previas: no son obsequios “simples y simpáticos”;
son auténticos regalos. Segunda corrección: los regalos eluden el facilismo de
la uniformidad; todos son personalizados, se nota que la elección de cada uno de
ellos ha sido rigurosamente meditada. ¿A quién sino a un devoto de Spinetta como
el Tebi podría cuadrarle el disco que Pedro Aznar grabó en homenaje al Flaco?
¿Quién sino un fanático de la música uruguaya como Mario podría disfrutar
plenamente de un disco de candombe? ¿Y quién más indicado que yo para devorar
con fruición estos bocaditos rellenos con dulce de leche? El caso de Anabel es,
por lejos, el más espectacular: cinco minutos antes del brindis me había
comentado su frustrado intento de comprar un libro de Marcela Serrano, del cual
había desistido al enterarse del precio; ahora lo tiene en sus manos. Lo curioso
es que el Rodri no sabía del interés de Anabel por ese libro; sólo supuso que le
iba a gustar y dio en el blanco. Adivinó a su amiga, así de simple, así de
inverosímil y cierto.<o:p></o:p></span></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Hace más de
veinte años escribí un cuento en el que un extraño hombrecito viajaba montado en
un triciclo regalando colores; no cualquier color, sino exactamente el que cada
persona quería o necesitaba. ¿Cómo no ceder a la tentación de imaginar que el
Regalador de colores se ha escapado de las páginas del libro y está ahora
sentado a esta mesa? El Rodri nos ha obsequiado mucho más que libros, discos y
chocolates. Nos ha regalado una sorpresa y su puesta en escena, nos ha regalado
una anécdota digna de ser contada y un recuerdo con destino de inolvidable. Nos
ha regalado una brisa de alegría bienhechora que, seguramente, habrá de
prolongar sus efectos más allá de esta reunión y nos permitirá afrontar la
rutina de mañana con otro ánimo.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Todavía
impactado, quiero saber más sobre este rito a contramano que -según me confirman
los más experimentados- se renueva, infaltable, cada 26 de febrero. Indago los
cómo y el cuándo, y –aunque los intuyo- pregunto también los porqués. El Rodri
se ríe y contesta sin dar mayores precisiones históricas. Me consta que no le
faltan argumentos teóricos para fundamentar su conducta pero se ve que esta
noche prefiere rehuirlos. Simplemente, alza los hombros y
explica:<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">-¿Qué
quieren que les diga? A mí me hace más feliz dar que recibir.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: medium;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span></div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-75104966684993902892013-02-07T12:44:00.001-08:002013-02-07T16:34:05.332-08:00Crónica n° 83: Crónica andina (febrero 2013)<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"></span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"></span></span><br />
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Somos alrededor
de veinte los turistas que hemos decidido emprender la aventura –modesta, pero
aventura al fin- de hacer una hora de trekking en lo alto del Cerro Catedral. A
nuestras espaldas han quedado la estación superior de la aerosilla y la
tentadora comodidad de <st1:personname productid="la confiter■a. A" w:st="on">la
confitería. A</st1:personname> nuestra izquierda, flanqueando el sendero, está
la ladera del cerro, pura piedra desnuda de toda vegetación. A la derecha, a
unos dos metros de nuestro andar, hay un precipicio no apto para quienes padecen
de vértigo y, al mismo tiempo, una vista panorámica digna de un documental de
<st1:personname productid="la National Geographic. Adelante" w:st="on">la
National Geographic. Adelante</st1:personname> –o, para ser más exactos, arriba-
está la meta: el mirador del Valle de Rucacó, un lugar conocido como El Filo del
Catedral. Si hemos de creer en las promesas formuladas, nos aguarda allí una
vista espectacular de la cordillera y -si tenemos suerte- el último bastión de
nieve que el inusual calor de enero le ha perdonado a la
montaña.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Marchamos en fila
india, siguiendo a Eneas, nuestro coordinador. Lo hacemos en silencio, no tanto
por estricta obediencia a los consejos recibidos (permanecer concentrados, no
distraernos charlando con los compañeros), sino más bien porque los pulmones se
encargan de recordarnos a cada paso que estamos a <st1:metricconverter productid="2000 metros" w:st="on">2000 metros</st1:metricconverter> de altura y conviene
dosificar el oxígeno.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">No sé, no puedo
saber qué impulsa a cada uno de los integrantes del contingente a participar de
esta excursión. Tal vez sea el deseo de ver nieve, tal vez la posibilidad de
acceder a un paisaje diferente al de las postales más conocidas de Bariloche,
tal vez la búsqueda de unas gotitas de adrenalina para condimentar las
vacaciones y compensar así, de manera simbólica, tanta rutina anual de
escritorios, teclados y expedientes. En cualquiera de los casos, pienso, esto es
lo más parecido a una experiencia de montañismo que nuestra condición de bichos
urbanos y sedentarios nos permite sobrellevar. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Llegados a mitad
de camino, Eneas nos agrupa para reiterar la advertencia que nos ha anticipado
ya un par de veces: a partir de ahora la travesía se volverá más exigente y, una
vez iniciado el tramo final, no habrá posibilidad de arrepentirse. Por amor
propio o por inconsciencia, nadie renuncia.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Efectivamente, el
sendero se hace más escarpado y el ascenso se torna un tanto engorroso. Hay que
prestar más atención al modo y al sitio exacto en que se apoyan los pies para
evitar enojosos resbalones a causa de las piedras sueltas. Las pantorrillas
empiezan a cuestionar mi decisión de haberlas sacado de su hábitat natural de
llanura. Transpiro y me agito. Afortunadamente, la ausencia de sol ayuda a
atenuar las incomodidades. Aunque en realidad, decir que está nublado no sería
del todo exacto, lo que en verdad sucede es que hay una nube posada en lo alto
del cerro y la estamos atravesando.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Empiezo a
preguntarme (supongo que no soy el único) qué estoy haciendo acá, por qué me
metí en todo esto. Básicamente, lo que me inquieta es pensar que debo regresar
por el mismo camino y no saber cómo haré para no terminar rodando al intentarlo.
Calcuio que he llegado a ese punto crítico en que todo deportista siente la
tentación de abandonar la competencia y necesita apelar a su fortaleza anímica y
mental para continuar adelante. Digo “calculo” porque -¿hace falta aclararlo?-
no soy deportista. Sigo.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">“Creo que
llegamos”, dice alguien, y parece que habrá que darle la razón, porque una
rápida ojeada hacia adelante permite comprobar que el sendero desemboca en el
abismo. Llegamos, sí; estamos en el punto culminante del Filo, un promontorio
que se asoma al precipicio como un suicida indeciso, una mano de granito que
parece rascar la panza del cielo. No hay ni rastro de nieve aquí pero no me
importa, no tengo tiempo de que me importe porque inmediatamente aparece ante mí
el Valle de Rucacó. Sobrio y espléndido, sereno y majestuoso, acariciado por un
tenue resplandor dorado que se filtra oblicuo entre las nubes que lo mantienen
en sombras, su visión emociona y abruma. No es simple hermosura de postal; es
una belleza honda, de esas que anulan la eficacia de cualquier palabra.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Es extraño esto
de tener la cabeza metida en una nube y ver las montañas desde arriba. Extraño,
conmocionante y profundo. Uno se siente partícipe de la mirada de los dioses
sobre el mundo. Y claro, vistas las cosas desde esa perspectiva impregnada de
parámetros divinos, todo lo humano parece insignificante, ridículo. La soberbia
se desvanece por reducción al absurdo, se vuelve insostenible. La cordillera nos
devuelve la conciencia de ser tan sólo partículas fugaces, extraviadas en una
inmensidad que nos precede, nos excede y perdurará millones de años cuando ya no
estemos. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Después del
previsible ritual de fotos, después del rosario de exclamaciones de asombro y
comentarios admirativos, Eneas nos invita a hacer silencio y concentrarnos en el
paisaje, enfocados en el aquí y el ahora. Le hacemos caso. Por unos minutos,
sólo escuchamos el suave zumbido del viento. Confieso que tengo ganas de llorar
y que sólo un estúpido pudor frente a las presencias ajenas me impide
hacerlo.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Comenzamos el
descenso. Me basta recorrer unos metros para comprender que lo difícil no será
afrontar las irregularidades del camino. Lo verdaderamente difícil será
conservar esta pureza, evitar que se vaya deshilachando a medida que nuestros
pasos nos devuelvan a eso que somos todos los días.<o:p></o:p></span></span></span></div>
</span></span><br /></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQNswcddZanioz1fSM1PC1lp3TjSWcc-xLkKqfy3a8az9jupU05X4aUWnkDC46vHHkRk23uU7ycjXBUTYpVHV0PTR0jfEJoMcT-GxKul4_1Alcr3vg2a4HmJE5GU08B-cn1IqofB_4ZoU/s1600/SL733997.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiQNswcddZanioz1fSM1PC1lp3TjSWcc-xLkKqfy3a8az9jupU05X4aUWnkDC46vHHkRk23uU7ycjXBUTYpVHV0PTR0jfEJoMcT-GxKul4_1Alcr3vg2a4HmJE5GU08B-cn1IqofB_4ZoU/s320/SL733997.JPG" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg2aYqZg5oyjgRh7V63GsIB1xzDtNTXiF9_b6Maxc5x47PfrtFtYt8tGgMugyB0s939Yr-HnjkAdMZwV6c1gEbnbXibMwSL0AVg1NIHGwjngWqBMc8q44ezt3TI6etnBZ_fY1e8503ahso/s1600/SL733911.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg2aYqZg5oyjgRh7V63GsIB1xzDtNTXiF9_b6Maxc5x47PfrtFtYt8tGgMugyB0s939Yr-HnjkAdMZwV6c1gEbnbXibMwSL0AVg1NIHGwjngWqBMc8q44ezt3TI6etnBZ_fY1e8503ahso/s320/SL733911.JPG" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXpjMTh7dCy0U-sa5htxfUVrIVZ19XSocaT1rJnUKrccylT_oTb2IgBwDucsxDIrCzPD9r2h8PXWM8198aavqQ0YDgBPIUhB7WsMI_vHo_MTTvAI3FIpeLhKMDj8wiFmoCS6Ayra-lHyg/s1600/SL733947.JPG" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="240" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjXpjMTh7dCy0U-sa5htxfUVrIVZ19XSocaT1rJnUKrccylT_oTb2IgBwDucsxDIrCzPD9r2h8PXWM8198aavqQ0YDgBPIUhB7WsMI_vHo_MTTvAI3FIpeLhKMDj8wiFmoCS6Ayra-lHyg/s320/SL733947.JPG" width="320" /></a></div>
<div class="separator" style="clear: both; text-align: center;">
</div>
<br />Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-45324565342739979822012-12-12T04:15:00.000-08:002012-12-12T04:16:01.668-08:00Crónica n° 82: Ellas (diciembre 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Ahí están ellas, otra vez, bordando la madrugada con su taconeo insomne. Ahí
están, con su desnudez incompleta -siempre incompleta- cumpliendo su rito
exhibicionista, su lento desfile sensual, ofreciéndose a cualquiera que las
quiera tomar. Ofreciéndose a mí, por ejemplo, que no puedo dejar de mirarlas con
un recelo envenenado de lujuria. <o:p></o:p>
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">
</span></span></span><br />
</div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"> Me chistan,
me llaman, prometen fiestas que sé imposibles porque mienten -siempre mienten-
pero me acerco igual; nunca he podido controlar esta atracción viciosa que
ejercen sobre mí. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Me deslizo
entonces hacia el vértigo artificial que ellas me proponen y juego de nuevo a
que les creo. Las palpo con mi urgencia de animal solitario, les prodigo mi
furia torpe, mis gestos ampulosos de monarca en el destierro, y ellas actúan
como si en verdad lo hiciera bien. Fingen sumisión, simulan descaradamente que
son mías esta noche. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Pero
mienten -siempre mienten-. Concluyo mi trajín, me levanto y, apenas les doy la
espalda, escucho otra vez sus risitas burlonas. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">
</span></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Me doy
vuelta; no puedo dejar de mirarlas con un recelo envenenado de fracaso.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;">Allí siguen
ellas, las palabras, bordando la madrugada con su taconeo insomne.
</span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%;">
<span style="font-family: Arial; font-size: medium;"><span style="font-family: Arial; font-size: 14pt; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span></div>
Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-16591045414583123422012-11-22T11:01:00.001-08:002012-11-22T11:17:00.406-08:00Crónica n° 81: Tanto universo, Dante (noviembre 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-family: Times New Roman;">
</span></span><br />
<br />
<span style="font-family: Times New Roman;"><div align="right" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: right;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: Times New Roman; font-size: small;">
</span></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><span style="font-size: large;"><div align="right" class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: right;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><em>ese bebé / niño / frasquito de
posibilidades<o:p></o:p></em></span></div>
<span style="font-family: Times New Roman;">
</span><st1:personname productid="Leonardo Pez" w:st="on"><span style="font-family: "Trebuchet MS";">Leonardo
Pez</span></st1:personname><span style="font-family: "Trebuchet MS";"><o:p></o:p></span><br />
<br /></span><br /></span><span style="font-family: Times New Roman; font-size: small;">
</span><br />
<span style="font-size: large;">
</span><br /></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><o:p><span style="font-size: large;"></span></o:p></span> </div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><span style="font-size: large;">¿Te
diste cuenta, Dante? Espléndido, múltiple y contradictorio, el universo entero fluye
a tu alrededor. Aquí y ahora mismo, delante de cada uno de tus pasos, todo late,
novedoso, al alcance de tus sentidos y tu curiosidad: números, colores,
fragancias, objetos, formas, sonidos, sabores, palabras, animales y personas,
partículas y océanos, contundencias y abstracciones.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><o:p><span style="font-size: large;"> </span></o:p></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><span style="font-size: large;">Es
una cosa muy grande el universo, Dante, no te das una idea. Todo gira y gira en
una perpetua danza cósmica cuya partitura nadie conoce, una danza que -aunque
todavía no lo sepas- también a vos te envuelve, te atraviesa, te concierne. Es
algo tan enorme, el universo… ¿Por dónde vas a empezar a estrenarlo? ¿Cuál de
sus infinitos costados atraerá tu atención? ¿Cuál de sus incontables regiones
te interesará recorrer? ¿Detrás de qué puertas querrás husmear para asomarte al
mundo? ¿A caballo de qué entusiasmos lo abordarás? ¿Querrás medirlo, pesarlo y
contarlo, o te esforzarás por poner en él cierto orden? ¿Te obsesionarás por comprender
las leyes que lo rigen, o te dedicarás sólo a alimentar el disfrute de explorarlo?
¿Lo aceptarás tal cual es, o necesitarás reinventarlo sobre lienzos o
pentagramas? ¿Qué barajas sacarás del mazo inconmensurable? ¿Tendrás predilección
por lo dulce? ¿Te gustarán más las melodías compuestas en tono menor?
¿Preferirás los colores fuertes? <span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><o:p><span style="font-size: large;"> </span></o:p></span></div>
<span style="font-size: large;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";">Varias
de las respuestas están ya grabadas en tus genes; lo sé aunque no las conozca. Pero
a las otras, Dante, las que no dependen del azar o la biología, ¿qué y quién habrá
de sembrarlas en vos? Sos arcilla fresca, todavía. ¿Qué brisa, qué aroma, qué azul
te moldearán con huella irrevocable? ¿Qué mimo, qué abrazo, qué tono de voz se
volverán refugio vitalicio, oculto para siempre en un recuerdo sumergido? ¿Qué momento
de entre tus momentos se erigirá en remanso al cual acudirás, sin saberlo, en
la adultez?<o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><span style="font-size: large;"></span></span> </div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS";"><span style="font-size: large;">Sentado
junto a vos en el suelo, te miro jugar, escucho tu parloteo de vocablos no
siempre inteligibles, espío la inocencia con que empezás a palpar lo
inabarcable. Pienso en la vastedad de lo que tenés por descubrir y tamaña
inmensidad, te lo aseguro, me marea. Decime, Dante, ¿qué vas a hacer con tanto
universo?</span> </span><span style="font-family: "Trebuchet MS";"><o:p> </o:p></span></div>
</span><br />Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-66346916985902331152012-10-03T05:39:00.003-07:002012-10-03T05:45:04.934-07:00Crónica n° 80: Bendito disenso, maldito disenso (octubre 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">El disenso se halla latente en toda interacción humana. No
existe un sólo tema en el que todas las personas estemos completamente de
acuerdo, ni existen tampoco dos personas que estén de acuerdo absolutamente en
todos los temas. La inevitable multiplicidad de miradas sobre el mundo fulmina
desde el vamos toda pretensión de uniformidad.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Maravilloso acto de libertad cuando somos nosotros quienes
lo ejercemos, el disenso se vuelve irritante cuando son los demás quienes lo
ejercen frente a nosotros. El disenso es invariablemente incómodo, no nos deja
hacer lo que queremos y encima osa poner en tela de juicio lo que pensamos y
sentimos. El disenso es una piedra en el zapato de nuestras convicciones, un
obstáculo que limita y evita la concreción indiscriminada de nuestras
aspiraciones personales o sectoriales, sean éstas un rosario de mezquindades o
un inventario de solidarias utopías. El disenso es la manifestación rotunda de
la existencia de un Otro que no piensa como yo, y por más amplios y tolerantes
que seamos, a nadie le divierte que lo contradigan.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Bendito disenso, maldito disenso. ¿Qué hacer frente a la
imposible unanimidad? En ámbitos verticalistas, o bien el disenso no se
exterioriza (no es que no lo haya), o bien se lo resuelve en base al principio
de autoridad y se hace lo que ordena el que manda, aunque los subalternos estén
en completo desacuerdo. En ámbitos democráticos, en cambio, el disenso se
resuelve apelando a una simple operación aritmética: se hace lo que decide <st1:personname productid="la mayoría. La" w:st="on">la mayoría. La</st1:personname> indudable
e irremplazable justicia de este método, sin embargo, no elimina las asperezas
de <st1:personname productid="la confrontación. Se" w:st="on">la confrontación.
Se</st1:personname> trate de las elecciones que definen el destino político de
una nación o del debate en una reunión de consorcio sobre la necesidad de
pintar el edificio, el hecho de resolver en forma práctica el disenso mediante
la decisión de la mayoría no significa superarlo, pues -salvo en muy infrecuentes
ocasiones- ningún resultado adverso le quitará a los derrotados la íntima
certeza (o al menos, la íntima sensación) de que quienes se han equivocado son
los otros. Lo cual es perfectamente posible, ya que una mayoría nunca garantiza
por sí sola una decisión acertada, una solución conveniente, un hábito sano,
una conducta constructiva (cosa que deberíamos recordar cuando integramos
alguna mayoría, no sólo cuando sangramos por la herida de la derrota numérica).
Una mayoría no necesariamente es infalible. ¿Por qué habría de serlo, si está
formada por individuos, y los individuos somos esencialmente falibles? Además,
y pese a que nos resulta más cómodo imaginar lo contrario, las mayorías y las
minorías no son bloques homogéneos, conformados por la presencia o ausencia de
lucidez y valores, sino que constituyen una compleja trama en la que convergen
los más diversos factores, algunos de ellos, incluso, insalvablemente
contradictorios. Al fin y al cabo, a la hora del conteo final –tanto en
comicios gubernamentales como en reuniones de consorcio- el voto largamente
razonado vale igual que el emitido de manera irresponsable, el voto por
principios vale igual que el voto interesado y el voto del malandra vale igual
que el del honesto. Nada, entonces, salvo el prejuicio, autoriza a suponer que
la virtud y el vicio se han alineado en forma automática detrás de la postura
mayoritaria o de la otra. <o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Bendito disenso, maldito disenso. ¿Qué hacer frente a la
imposible unanimidad? La respuesta políticamente correcta nos conduce hacia los
territorios del respeto y la tolerancia, a escapar de la tentación de cancelar
el disenso cancelando al disidente (o ninguneándolo, que es una forma simbólica
de cancelarlo). Nuestra respuesta fáctica, en cambio, está atravesada por una
alarmante ambivalencia. No medimos las cosas con la misma vara, vemos siempre
la paja en el ojo ajeno, le asignamos a los hechos diferentes significados
según simpaticemos o no con sus protagonistas. Una movilización callejera, por
ejemplo, puede parecernos una conmovedora muestra de compromiso cívico o un
rejunte de imbéciles, según estemos o no de acuerdo con las banderas que en
ella se enarbolen. El golpe que un legislador le propina a otro en el fragor de
una sesión del Congreso configura una inaceptable muestra de autoritarismo o un
redentor acto de justicia según quién sea el golpeador y quién el golpeado.
Festejamos o censuramos discursos de idéntico tono agresivo según compartamos o
no los criterios del orador. Nos amparamos en la libertad de expresión para
decir lo que pensamos, sin que nos aflija la posibilidad de herir
susceptibilidades, pero si alguien, amparado en esa misma libertad, ejerce su
derecho a réplica (y sobre todo si al hacerlo hiere nuestra susceptibilidad)
sentimos que no nos dejan decir lo que pensamos. En todos los casos, el
fundamento de nuestra conducta dual es el mismo: yo tengo derecho a decir o a
hacer algo porque tengo razón; vos no tenés derecho a decir o a hacer lo mismo
porque el que tiene razón soy yo. Así de arbitraria es <st1:personname productid="la cosa. Está" w:st="on">la cosa. Está</st1:personname> mal, claro
que está mal, pero es así como funcionamos. <o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">No todos somos energúmenos, es cierto. La existencia de
voces discordantes con la nuestra no es algo imposible de sobrellevar. Lo que
sucede es que todos, sin excepción, tenemos una “lista negra” de actitudes
éticas y posturas ideológicas que no sólo despiertan nuestros reparos, sino que
nos resultan directamente indigeribles. Y hay pocas experiencias tan
exasperantes como tener que soportar la encendida defensa de esos pareceres en
nuestras narices, o su jubilosa celebración. Habrá quienes dejen fuera de su
zona de tolerancia a los simpatizantes de tal o cual partido; habrá en cambio
quien –generoso para la estrechez- vuelque sus anatemas sobre cuanto grupo
político, étnico, cultural, religioso o sexual sea diferente de aquellos a los
cuales pertenece. A las fronteras de lo reprobable, claro, las traza cada uno.
Pero como el disenso es bilateral, suele pasar que aquellos que integran
nuestra “lista negra” nos ponen a su vez a nosotros en las suyas. Se entabla
así una proscripción mutua, un juego de espejos donde sólo habrá espacio para
vehementes monólogos cruzados pero nunca para un diálogo que ninguno de los
contendientes, en su intransigencia, desea tener. Lo paradójico de todo esto es
que la sensación que genera la irrupción de las voces indeseadas es idéntica a
uno y a otro lado del espejo: el mismo escozor, la misma incomodidad, el mismo
remolino de indignación en el pecho, el mismo empecinamiento en no querer
escuchar ninguna razón que provenga de “esos” individuos. Aquellas personas
cuyas ideas nos provocan un rechazo visceral sienten el mismo rechazo hacia las
ideas opuestas que nosotros defendemos. Podríamos pasarnos meses sumidos en una
feroz batalla argumentativa; ni ellos ni nosotros cambiaremos de opinión. <o:p></o:p></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span> </div>
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Bendito disenso, maldito disenso. ¿Qué hacer frente a la
imposible unanimidad? “No estoy de acuerdo con lo que piensas, pero daría mi
vida por defender tu derecho a decirlo“, escribió Voltaire hace dos siglos y
medio. Claro, Voltaire no tenía Facebook. Si hubiese leído la catarata de
barbaridades que circula por las redes sociales disfrazada de moral
bienpensante, no habría dicho lo que dijo. O se hubiese vuelto ermitaño para no
hacerse mala sangre.<o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;"><span style="mso-spacerun: yes;"> </span><o:p></o:p></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">
<o:p><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></o:p></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-2290753224315598682012-06-18T06:51:00.004-07:002012-06-18T06:53:51.881-07:00Crónica n° 79: El chico con el que nadie se reía (junio 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Mientras el guitarrista melenudo, joven talento del barrio, entusiasma a la
concurrencia cantando una chacarera, Ramón espía al público que se ha juntado en
<st1:personname productid="la placita. Oculto" w:st="on">la placita.
Oculto</st1:personname> a un costado del escenario, observa todo con ojos de
niño grande. Tiene 30 años, pero los festivales al aire libre todavía le
provocan el mismo cosquilleo de excitación que le causaban cuando era chico,
como si estos ratos de alegría popular fuesen el testimonio concluyente de que
Dios aún se acuerda de sus hijos. De todos. <o:p></o:p>
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<br />
</div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Es una tarde radiante de
invierno y la placita se ha llenado de gente que, sea por auténtico interés, por
curiosidad o para disolver el aburrimiento de los domingos, viene a ver los
diferentes espectáculos que se están ofreciendo. Algunos están sentados sobre el
césped; otros han traído desde sus casas los sillones plegables y el equipo de
mate. Hay banderas y racimos de globos ondeando en lo alto de las farolas, y un
grupo de niños que cada tanto se aleja del escenario y vuelve a correr detrás de
una pelota. <o:p></o:p></span></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">La escena le trae el recuerdo
de una tarde similar en la plaza de su barrio, Santa Rosa de Lima. Ramón tenía
entonces 15 años y su vida era un inventario de los lugares comunes que suelen
jalonar <st1:personname productid="la marginalidad. Pero" w:st="on">la
marginalidad. Pero</st1:personname> a Ramón lo distinguía, además, una timidez
monumental. Parco al extremo, podía pasar largos ratos entre la gente sin emitir
palabra alguna, y cuando no le quedaba otro remedio que abrir la boca, lo hacía
pronunciando monosílabos en voz muy baja.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Cuando el hombre del aro en la
oreja llegó al barrio con intenciones de reclutar pibes en situación de riesgo
para armar con ellos un grupo de teatro callejero, Ramón estuvo en la reunión
inicial sólo por inercia, arrastrado por el entusiasmo de su primo Andrés, que
integraba una murga en Yapeyú desde hacía unos meses y venía llenándole la
cabeza hablando maravillas de su experiencia con el redoblante, la pintura y el
disfraz. A la semana siguiente, sin embargo, Ramón fue al primer ensayo por
propia decisión. No supo muy bien qué buscaba, sólo sabía que el hombre del aro
en la oreja lo había mirado a los ojos y sin
desprecio.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">La timidez, sin embargo, le
jugó en contra desde el principio. Se enredaba aún en los parlamentos más
simples, tartamudeaba, le costaba modular la voz para que sus palabras
resultaran audibles y, sobre todo, se quedaba duro, sin reacción, ante el menor
traspié. Preocupado por no poder revertir tamaño grado de inexpresividad, el
hombre del aro en la oreja optó por recurrir a lo básico: “Vamos a hacer lo
siguiente, Ramón”, le dijo una tarde, poniéndole una mano en el hombro, con la
actitud típica de los directores técnicos que dan instrucciones al jugador
suplente que está por ingresar. “Cuando yo le grite al Gato <i><span style="font-style: italic;">‘Me voy’</span></i>, vos vas a entrar llevando unas
cajas, entonces yo te atropello, vos tirás las cajas para arriba y te caés de
espalda”. Ramón no lo dijo, pero sintió un profundo alivio al saber que, por lo
menos, no tendría que aprenderse un texto de memoria y repertirlo delante de
todos los vecinos. Pero las dificultades no se acabaron allí: la primera vez que
ensayaron la escena, Ramón cayó mal y no se desnucó por milagro. Con una
paciencia a prueba de contratiempos, el hombre del aro en la oreja le enseñó la
técnica circense para caer sin golpearse y, de a poco, las cosas empezaron a
salir con mayor fluidez.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">La tarde prevista para la
representación era similar a esta. Hubo música, títeres, hubo una taza de
chocolate caliente para todos los chicos y hasta actuó la murga de Yapeyú en la
que tocaba Andrés. Cuando llegó el momento de la obra, Ramón se ubicó detrás de
unos carteles y, en involuntaria imitación de la estatua viviente que había
visto una vez en la peatonal, se quedó parado con las cajas listas en la mano,
como si le hubiesen confiado una reliquia y tuviese miedo de arruinarla o de
perderla. Estaba asustado; un pececito inquieto empezó a retorcerse en su pecho,
retaceándole el aliento. Era como si le hubiesen puesto el alma en una prensa.
Cuando escuchó que le daban el pie, creyó que le iba a reventar el corazón.
Tragó saliva y salió de las sombras con esa dosis fugaz de inconsciencia de
quien se tira a un precipicio. Tal cual estaba previsto, el hombre del aro en la
oreja vino corriendo hacia él y se lo llevó por delante. Ramón se desparramó
aparatosamente sobre el piso mientras las cajas volaban. Escuchó las carcajadas
del público. Tendido, mirando el cielo luminoso de julio, escuchó las carcajadas
y se sorprendió, como quien descubre en un recodo del camino un paisaje
inesperado. Escuchó las carcajadas y fue como si unos brazos tibios lo
abrigaran. Escuchó las carcajadas y hubiese querido quedarse así para siempre,
atesorándolas, pero el Gato, con nula sutileza, se encargó de recordarle por lo
bajo que la obra seguía y que él debía salir de
escena.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">“Che, ¿por qué te quedaste
tanto tiempo tirado en el suelo?”, le preguntó el hombre del aro en la oreja un
rato más tarde, cuando todo habia terminado y la plaza ya estaba sumida en esa
melancolía viscosa que sucede a toda fiesta. “Estaba escuchando la risa de la
gente”, explicó él. Y enseguida, sin sospechar el desamparo sideral que
evidenciaban semejantes palabras en boca de un chico de 15 años, agregó: “Nunca
nadie se había reído conmigo”.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">El guitarrista melenudo
concluye su actuación y los vecinos lo ovacionan. Ramón se desentiende
bruscamente de los recuerdos y se concentra en el ahora, en el trajín de la
gente del sonido, que trabaja cerca de él. El presentador pasa a su lado y
consulta: “¿Estás listo?”, Ramón asiente y ve cómo el hombre camina hacia el
centro del escenario, toma el micrófono y comienza a hablarle al público con
énfasis festivalero. Él se queda aguardando expectante. La timidez no lo ha
abandonado y todavía siente el aleteo del pececito en los minutos previos, pero
no le importa porque ya se acostumbró: hace años que visita hospitales y recorre
los barrios más pobres de Santa Fe con su vocación solidaria a cuestas.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">“Con ustedeeeees…”, anuncia el
presentador. Ramón se acomoda el sombrero por última vez y verifica que la nariz
roja esté bien ajustada. Después, traga saliva y sale a escena. El chico con el
que nadie se reía finge que se tropieza y realiza una acrobática pirueta. Un
centenar de carcajadas llega hasta él para
abrigarlo.</span></span></span></div>
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: medium;"><span style="font-family: Arial; font-size: 14pt;"><o:p> </o:p></span></span></div>
<br />
<div class="MsoNormal" style="text-align: justify;">
<span style="font-family: Arial; font-size: medium;"><span style="font-family: Arial; font-size: 14pt;"><o:p> </o:p></span></span></div>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-82388062422773396642012-05-28T12:10:00.000-07:002012-05-28T12:10:49.049-07:00Crónica n° 78: Nueve minutos (mayo 2012)<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Los viajes en el
tiempo son posibles. Brevísimos, es cierto, casi imperceptibles, tan modestos
que ni siquiera provocan efecto verificable alguno, pero son posibles. Lo sé por
experiencia; lo sé porque los hago habitualmente desde aquella mañana soleada de
julio en que descubrí por casualidad el secreto para llevarlos a cabo.
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Ignoro por
completo las razones científicas que los sustentan, pero me consta que
realizarlos es mucho más sencillo de lo que podría suponerse investigando las
teorías que versan sobre tan compleja materia. Mucho más simple, incluso, que lo
que se podría fantasear viendo películas de ciencia-ficción referidas al tema.
No hay involucradas aquí máquinas estrambóticas, ni es necesario contar con un
vehículo o un dispositivo específicamente diseñados para <st1:personname productid="la ocasi�n. Cualquier" w:st="on">la ocasión.
Cualquier</st1:personname> persona puede hacer estos viajes sin tener que
prepararse para ellos. De hecho, involuntariamente, cada día hay miles de
viajeros que los cumplen; lo que sucede es que, al parecer, hasta ahora nadie,
excepto yo, se ha dado cuenta. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">La cosa funciona
así. Uno va caminando por la peatonal de Santa Fe en dirección norte-sur y, unos
metros antes de llegar a Primera Junta, mira el reloj electrónico que está
plantado a la altura del Banco de Galicia. Al hacerlo, comprueba sin mayores
sobresaltos que son, pongamos, las 8.07. Cruza la calle y camina una cuadra más
sin que nada extraño acontezca. Pero al mirar el reloj electrónico (idéntico al
anterior) que está ubicado unos metros antes de llegar a calle Mendoza, uno
descubre con gran sorpresa que son las 7.58.<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Seguramente, los
espíritus cínicos que siempre se muestran renuentes a aceptar la irrupción de lo
fantástico en sus ordenadas vidas cotidianas, argumentarán –con intachable
lógica, habrá que reconocerlo- que se trata simplemente de una falla de
sincronización entre los distintos relojes digitales instalados en la peatonal
de Santa Fe. No voy a negar que la primera vez pensé lo mismo; al fin y al cabo,
si uno sigue caminando un par de cuadras más hacia el sur, el próximo reloj con
el que uno se topa, el que está ubicado cerca de Lisandro de la Torre, se
encarga de marcar, impertérrito, las 8.13, como si el desatino de su hermano
mellizo le resultara completamente ajeno. Pero sucede también que, desde
entonces, cada vez que cumplo con este recorrido -y conste que, de lunes a
viernes, lo hago prácticamente todas las mañanas- compruebo que el desajuste se
mantiene inalterable, independientemente de la hora, el día o el mes en que uno
pase por el lugar. Y como soy de esos espíritus lúdicos que siempre se muestran
renuentes a aceptar la irrupción de las explicaciones cotidianas en el terreno
de lo fantástico, tamaña persistencia me ha llevado a conjeturar que no se trata
de un mero desperfecto técnico, sino que efectivamente todos los que circulamos
de norte a sur por esa cuadra logramos el efímero prodigio de retroceder nueve
minutos en el tiempo. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Confieso, no
obstante, que aún no he podido desentrañar cuál es el sentido de tan asombroso
fenómeno. Las personas que llegan desde el norte dispuestas a cruzar Mendoza no
se dan cuenta de que han rejuvenecido nueve minutos. Me pregunto entonces de qué
sirve un viaje en el tiempo tan minúsculo que nadie es capaz de advertirlo. Por
otra parte, ¿qué tan significativos pueden ser para alguien los nueve minutos
previos a ese tránsito anodino por la cuadra de San Martín al 2300? ¿Qué
terrible omisión podría ser salvada viviéndolos por segunda vez, qué tremendo
desacierto podría enmendarse? ¿Qué amores vencidos podrían ser resucitados, qué
decisiones existenciales podrían reverse? <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">La imposibilidad
de obtener respuestas satisfactorias autoriza a concluir que estos fugaces
regresos constituyen una hazaña demasiado pobre, tan intrascendente como
improductiva, una broma del universo. Y sin embargo, por más mínimos que sean
estos retrocesos, cada vez que recorro los cien metros que van desde el Banco de
Galicia al Gran Doria, experimento cierto vértigo. No por el retroceso en sí,
que es tan minúsculo que no se nota, sino porque invariablemente me pongo a
hacer cálculos y pienso que, si la ruta mantuviera ese parámetro de nueve
minutos por cuadra, uno podría llegar a <st1:personname productid="la Plaza" w:st="on">la Plaza</st1:personname> de Mayo habiendo retrocedido el
nada despreciable lapso de una hora y doce minutos. De ahí a enredarme en
problemas matemáticos de regla de tres simple hay un solo paso: ¿cuántas cuadras
más hacia el sur debería entonces caminar una persona para reencontrarse con su
adolescencia perdida? ¿Y para regresar a aquel abrazo bajo aquella lluvia? ¿Y
para retornar al punto fundacional desde el cual reedificar toda su vida?
<o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Se trata, por
supuesto, de especulaciones vanas. Si lograra precisar con exactitud milimétrica
el sector de la ciudad por donde pasa el meridiano que le da continuidad a esta
falla cronológica, podría tal vez corroborar mis hipótesis y aspirar a proezas
más notables. Día a día, con terca esperanza, emprendo mi marcha hacia el sur
pensando que esta vez sí, que esta vez ocurrirá <st1:personname productid="la maravilla. Sin" w:st="on">la maravilla. Sin</st1:personname> embargo, con
idéntica tenacidad, los números rojos del reloj que está situado cerca de
Lisandro de la Torre me informan sistemáticamente, con insobornable rectitud,
que son las 8.13, que el viaje ha concluido sin pena ni gloria, que estoy de
vuelta en el presente. <o:p></o:p></span></span></span></div>
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">
</span><br />
<div class="MsoNormal" style="line-height: 150%; text-align: justify; text-indent: 1cm;">
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><o:p> </o:p></span></span><span style="font-family: Arial; line-height: 150%;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;">Cada tanto siento
la tentación de recorrer la cuadra de San Martín al 2300 en sentido inverso para
ver qué pasa. Aunque nunca he percibido alteración alguna en los rostros de
quienes se cruzan conmigo a lo largo de esos cien metros, todo conduce a suponer
que los transeúntes que lo hacen también viajan en el tiempo, pero hacia
adelante. No puedo asegurarlo, pues jamás me animé a comprobarlo. Cuando tengo
que caminar de sur a norte evito la peatonal, prefiero tomar por San Jerónimo o
25 de Mayo. Tal vez sea sólo un estúpido gesto de superstición, pero uno nunca
sabe. La vida es demasiado corta como para, encima, andar robándole nueve
minutos al futuro cada mañana.<o:p></o:p></span></span></span></div>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-36487283566883488902012-04-09T08:52:00.002-07:002012-04-09T15:18:17.070-07:00Crónica n° 77: Bienvenidos al club (abril 2012)<div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Yo no tengo la habilidad de Messi, ni el carisma de Sandro, ni la pinta de Pablo Echarri. No tengo ninguno de esos atributos que suelen inspirar la creación de un club de admiradores.<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>Tampoco tiene mi conducta pública un costado polémico como para inspirar la creación de un club de detractores, como esos grupos de Facebook que adoptan nombres demoledores del estilo “10000 personas que odiamos a Arjona”. No soy, en suma, objeto de aclamación ni repudio masivos. No obstante, a lo largo de mi vida adulta me las he ingeniado para ir generando en torno a mí la existencia de un club formado por un vasto y heterogéneo conjunto de individuos: el club de personas no saludadas por Alfredo Di Bernardo.<span style="mso-tab-count: 1;"> </span></span></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Se trata, por cierto, de un club muy singular: no tiene sede, no tiene presidente, carece de página web y de cuenta en Twitter, no realiza declaraciones oficiales, no exhibe banderas en público y nunca fue constituido formalmente. Pero lo más insólito de todo es que sus integrantes no saben que lo son. Y como el hecho de no saludarlos no es un acto deliberado de mi parte sino una involuntaria consecuencia de mi escasa visión, tampoco yo puedo realizar un aporte significativo a la hora de ensayar la confección de un padrón aproximado de miembros. Intuyo, eso sí, que son muchos, muchísimos, y que la nómina crece con regularidad indeclinable.</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Para formar parte del club es necesario que se cumplan dos condiciones, una objetiva y otra subjetiva. La condición objetiva es obvia: cruzarse conmigo y no ser saludado (o, como veremos más adelante, recibir un saludo imperfecto). La condición subjetiva consiste en que los damnificados ignoren la magnitud de mi discapacidad visual. Este requisito deja afuera del club a mis amigos más cercanos que, conociendo el buey con el que aran, saben que si no me pegan el grito, se me tiran encima o me hacen una zancadilla, pasaré a su lado con la misma impasibilidad de quien está más allá del bien y del mal. O con la misma inconsciencia inquebrantable de Mr. Magoo.</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Una visión simplista del problema (una visión algo miope, si se me permite el sarcasmo) puede conducir a equívocas conjeturas. Por ejemplo, la de suponer que la alternativa de ver o no ver a mis semejantes depende sólo de una cuestión de luz reinante en el ambiente, o de la distancia existente entre el prójimo y yo. Craso error: muchas veces la luminosidad abundante termina siendo contraproducente y la cercanía no garantiza nada. No hay un patrón preciso que regule este asunto. Y si lo hay, son demasiados los factores que inciden en él como para volverlo comprensible. Lo cierto es que, estadísticamente hablando, la feliz circunstancia de que yo logre identificar a alguien sin problemas es altamente infrecuente. Es como jugar contra el Barcelona: se le puede ganar, pero es mucho más probable que eso no ocurra.</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Mis no-saludos admiten distintas variantes. La primera de ellas es el “no-saludo simple”. Por ejemplo, voy por la peatonal y el doctor Gutiérrez aparece en mi camino, o voy a la Municipalidad para hacer un trámite y me pongo a esperar mi turno al lado de mi vecina Nené, o entro a una sala cultural y me ubico cerca de mi colega <st1:personname productid="Juan Carlos" w:st="on">Juan Carlos</st1:personname>, con el que suelo<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>intercambiar amables correos electrónicos y con el que incluso somos amigos en Facebook. Pues bien, tanto el doctor Gutiérrez, como mi vecina Nené y mi colega <st1:personname productid="Juan Carlos" w:st="on">Juan Carlos</st1:personname> me ven y se disponen a saludarme. Lo que ninguno de ellos tiene en cuenta es que, a pesar de toda apariencia en contrario, yo no los he visto a ellos. Abismalmente ajeno a su presencia, paso entonces a su lado (o permanezco, que es peor) y los ignoro con olímpica buena fe. La personalidad de cada víctima marcará la diferencia de reacciones frente al desaire: habrá quien se ponga a examinar culposamente qué maldad me hizo para merecer tamaño desplante, habrá quien apueste por la opción conspirativa y se pregunte intrigado en qué turbios asuntos andaré metido como para simular no verlo, habrá quien me considere un odioso (por usar un epíteto suavecito). </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">El panorama se oscurece aún más (valga el sarcasmo) cuando nos adentramos en los terrenos del “no-saludo con alevosía y ensañamiento”. Por lo general, trato de no mirar fijamente a los demás en sitios públicos (¿para qué habría de hacerlo, si total no los voy a ver?). Es una estrategia defensiva que busca evitarme conflictos cediéndole la iniciativa del saludo a los otros. Claro que el truco no siempre resulta eficaz. A veces, no puedo evitar que mi inoperante mirada se cruce fugazmente en el aire con alguna otra. En ese caso, al doctor Gutiérrez, a mi vecina Nené y a mi colega <st1:personname productid="Juan Carlos" w:st="on">Juan Carlos</st1:personname> les resultará directamente inconcebible que yo no los haya visto y, por ende, su indignación no hallará dique que <st1:personname productid="la contenga. El" w:st="on">la contenga. El</st1:personname> veredicto será fulminante y quedaré como un maleducado sin remedio (por usar un epíteto suavecito).</span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Una interpretación amplia del concepto de “no-saludo” admite la posibidad de considerar dentro de dicha categoría a los saludos inapropiados conocidos como “saludo al bulto” o “saludo al voleo”. Esta amplitud de criterios permite incluir como miembros del club a los involuntarios protagonistas de estos casos -no menos frecuentes y embarazosos- en los cuales si bien hay un saludo de mi parte, éste presenta un defecto de fábrica que autoriza a impugnarlo como tal. Sucede cuando, conforme a mi ya explicada estrategia de ceder la iniciativa, alguien efectivamente me saluda pero yo no puedo reconocerlo. Respondo por reflejo, sí, respondo incluso con una inmediatez exagerada, como quien se ha quedado adormecido en público y al despertar bruscamente sobreactúa para demostrar que estuvo despierto todo el tiempo. Cuando este tipo de saludo se da en la modalidad “al paso”, es muy factible que se perpetre un indeseado desfasaje de intensidades y que yo termine saludando con grandes aspavientos al doctor Gutiérrez –que, al fin y al cabo, apenas me conoce- y le dedique sólo una leve cortesía a mi colega <st1:personname productid="Juan Carlos" w:st="on">Juan Carlos</st1:personname>, que esperaba de mí un abrazo efusivo. Claro que mucho peor es la variante en la cual el saludador misterioso no se limita a saludar e irse, sino que permanece a mi lado y se pone a darme charla sin que yo tenga idea de con quién estoy hablando. Pocas experiencias hay en la vida tan adrenalínicas como éstas, se los puedo asegurar. Sobre todo cuando mi interlocutor, haciendo gala de su extrema jovialidad, me sonríe de oreja a oreja y pregunta con brutal inocencia: “che, ¿te acordás de mí, no?”. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span></span></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Lo paradójico de la cuestión es que la imagen que seguramente los miembros del club tienen de mí dista mucho de lo que soy en realidad. No es que me crea un tipo particularmente simpático (de hecho, mi sociabilidad presenta unas cuantas facetas inconvenientes) pero de ninguna manera soy ese patán guarango que involuntariamente aparento ser. Lo paradójico de la cuestión es que, si lograra asignarle a esos fantasmas que me rodean su correcta identidad, podría poner en funcionamiento la maquinaria de mi asombrosa memoria y preguntarle al doctor Gutiérrez acerca de su aficlón por Almagro (porque alguna vez me comentó como al pasar que era el único hincha de Almagro en toda Santa Fe), o preguntarle a mi vecina Nené cómo andan sus seis hijos (del menor de los cuales es casualmente mañana el cumpleaños), o recordarle a mi colega <st1:personname productid="Juan Carlos" w:st="on">Juan Carlos</st1:personname> cuánto me gustó ese poema suyo sobre la lluvia que leyó en aquel café literario que compartimos ocho años atrás (mas precisamente un viernes 31 de mayo). Es una pena, pero tal prodigio no es posible. Mis ojos padecen de una especie de falta de pixeles suficientes para lograr una adecuada resolución de imagen y suelo ver a los otros con rasgos poco definidos, como si fueran rostros de una foto nocturna sacada sin flash. Debo entonces extraer certezas de la bruma, decodificar y reconstruir constantemente, en tiempo real, lo que acontece delante de mí, y esa misión requiere de mi parte una tarea casi de investigación forense. Sólo que aquí no se pretende esclarecer un crimen, sino prevenirlo. ¿De qué me sirve conseguir el objetivo un minuto después de producido el incidente? </span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Desentrañar la identidad de las personas a partir de indicios me obliga a ser (valga la ironía) sumamente observador. Un bastón, un cabello canoso, unos anteojos con <st1:personname productid="marco blanco" w:st="on">marco blanco</st1:personname>, un vozarrón tabáquico, un tic, una entonación particular en el “¿Cómo le va, Di Bernardo?” o en el “¿Cómo andás, Flaco?” me ayudan a sonsacar pistas de las sombras, a navegar en lo borroso. El contexto geográfico, por ejemplo, es fundamental: si veo a una mujer saliendo de la casa de mi vecina Nené, es altamente probable que se trate, efectivamente, de mi vecina Nené. Los problemas nacen cuando esa tranquilizadora referencia geográfica se desvanece y me encuentro con el colega <st1:personname productid="Juan Carlos" w:st="on">Juan Carlos</st1:personname> frente a la góndola de embutidos del Wal-Mart o me cruzo con el doctor Gutiérrez en la playa, ataviado con una bermuda floreada y musculosa.<span style="mso-tab-count: 1;"> </span></span></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><br />
</div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div><div class="MsoNormal" style="line-height: 200%; margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: left; text-indent: 1cm;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><span style="font-size: large;">Tal vez algún día los anteojos traigan incorporado un dispositivo electrónico que permita identificar a la persona que uno tiene enfrente (como las radios online que indican el tema que estamos escuchando), o se invente un GPS con parámetros humanos, capaz de anunciar “Doctor Gutiérrez, <st1:metricconverter productid="20 metros" w:st="on">20 metros</st1:metricconverter> a la izquierda”. O tal vez me decida de una vez por todas a ponerme una remera con la leyenda “Salúdenme ustedes, que yo no los veo”. Por lo pronto, quedan todos los lectores debidamente avisados: la inscripción al club está abierta todo el año, las 24 horas del día.<span style="mso-tab-count: 1;"> </span></span></span></div><div style="text-align: left;"><span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"> </span></div>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-65400333755812188982012-02-22T06:15:00.000-08:002012-02-22T06:15:06.580-08:00Crónica n° 76: Esa íntima desolación (febrero 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La chica rubia tenía 27 años (igual que Janis, igual que Amy, salvando las amplias distancias). Era modelo, conductora de televisión y aspiraba a ser periodista. Tenía uno de esos rostros sugerentes tan requeridos por los publicistas y un cuerpo perfectamente ajustado a las estrictas leyes que rigen el mundo de la moda. La mujer negra tenía 48 años, era cantante, compositora y, en menor medida, actriz. Tenía (o había tenido) una voz extraordinaria. Su cara ya no exhibía la belleza poseída en la juventud pero entre las evidencias del deterioro era posible vislunbrar todavía cierto centelleo de su antiguo esplendor.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La carrera de la chica rubia estaba en pleno ascenso. Se había hecho famosa a los 17, al ganar un reality-show y, si bien el modelaje continuaba siendo su actividad central, había estudiado Comunicación Social con miras a un futuro diferente que, según quienes la conocían, se le presentaba promisorio. La carrera de la mujer negra, en cambio, estaba en decadencia. La acumulación de Grammys y discos de platino, el ingreso al Libro Guinness por causa de sus 170 millones de discos vendidos, eran hitos de un fenómeno ocurrido veinte años atrás. El pico de popularidad y el suceso mayúsculo habían quedado a sus espaldas, y le estaba costando demasiado competir contra un pasado nutrido de gloria.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La chica rubia necesitaba consumir drogas, alcohol y psicofármacos para sobrellevar lo cotidiano, o para cumplir con la letra chica del contrato de la fama, o para controlar sus demonios interiores, o para todo eso junto, quién puede saberlo. La mujer negra, también.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La chica rubia de nombre floral y la mujer negra con apellido de ciudad texana murieron de la misma forma, de la misma absurda forma, con una diferencia de sólo diez días entre sí.</span><br />
<br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Apenas se supo la noticia, se puso en marcha el previsible circo macabro que rodea la muerte de las celebridades. La foto del cadáver de la chica rubia fue exhibida sin ningún pudor en una revista,y la edición de la revista se agotó en 24 horas. Diez pisos más arriba de la habitación donde encontraron muerta a la mujer negra, hubo una fiesta esa noche, la fiesta a la que ella estaba invitada y a la que no pudo asistir. Entre champagne, reflectores y mucho glamour, sus colegas la recordaron con gran emoción. “Show must go on”, ¿no es cierto, Freddie?</span><br />
<br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Toda muerte temprana, se sabe, provoca mayor consternación de la habitual. Pero cuando esa muerte precoz viene asociada a la belleza o al talento conmociona mucho más, se vuelve casi obscena. ¿Qué tiene que hacer una palabra tan horrenda como “inhumación” al lado de la imagen sensual de una jovencita sonriente? ¿Cómo puede caber el adjetivo “ahogada” aplicado a una mujer cuya voz tenía la facultad de conmover a quien la escuchara? Y si además esa muerte apresurada sobreviene por los excesos propios de quienes la terminan padeciendo, si es la consecuencia casi inevitable de un suicidio financiado en cuotas, la desazón se multiplica. Frente a las falsas moralinas de dedos acusadores y las declaraciones de mal gusto, frente al vampirismo oportunista y la filosofía de velorio, lo que cuenta y queda, finalmente, es la triste certidumbre del desperdicio irremediable. </span><br />
<br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La chica rubia y la mujer negra, cada una a su escala, tenían todo aquello que al público le resulta deseable, habían alcanzado todo eso que en nuestra sociedad suele llamarse éxito. Entonces, los que transitamos la existencia sin mayores brillos, alejados de todo estrellato, los que espiamos el universo VIP desde afuera como una meta siempre envidiable, no logramos comprender por qué no pudieron ser felices. Su muerte nos confunde. Nos cuesta aceptar la presencia de esa íntima desolación que yace bajo las máscaras de la fama, dar por cierto ese vacío amenazante cuyo acoso se pretende mitigar en la bañera.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Tal vez deberíamos invertir la perspectiva. Revalorizar esta vida nuestra de cada día, tan subestimada por falta de micrófonos y cámaras que la enmarquen. Redescubrir lo que esta rutina aparentemente tan insulsa guarda de envidiable, incluso para quienes habitan el mundo VIP. Acaso así, impensadamente, descubramos asombrados –vaya paradoja- cuán exitosa puede ser la vida de los que no tenemos éxito.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-13568997671780530422012-02-13T11:29:00.000-08:002012-02-13T11:29:22.187-08:00Crónica n° 75: Pepa (febrero 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Desde alguno de los patios vecinos ha comenzado a llegar el ritmo pegadizo de un cuarteto. Recién salida del baño, envuelta aún en su toallón de flores azules, Pepa tararea la melodía casi sin darse cuenta e imagina el festejo de Nochebuena que se está preparando en aquel patio. La postal que se dibuja en su cabeza –mesa larga, mantel a cuadros, vino vertiéndose en los vasos, trozos de carne asándose en una parrilla- la remonta a otra Nochebuena, a otro patio, lejos de Córdoba, el patio de la casa de su infancia en San Cristóbal. La remonta al tiempo en que era la niña consentida de la familia por ser la menor de los ocho hermanos. Cuando estaban todos vivos y juntos, cuando San Cristóbal prosperaba alrededor del ferrocarril y la vida era sólo un juego de naipes que parecía fácil de jugar. Cuando las barajas del mazo todavía no estaban tan arbitrariamente repartidas.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Enciende la luz y el ventilador de techo. Sobre la cama, impecablemente planchada por sus propias manos, descansa la ropa que ha elegido para esperar la medianoche: una blusa blanca y una pollera negra estampada. Al pie de la mesa de luz, aguardan sus zapatos más nuevos, esos de taco imprudentemente alto. Se para frente al espejo que está sobre la cómoda y empieza pacientemente a batirse el pelo. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">El silencio actual de su casa contrasta demasiado con la algarabía de la escena recordada. Pero Pepa no se angustia. Al contrario, siente un especial orgullo por haber recibido nada menos que tres invitaciones de familias amigas para pasar la Nochebuena en compañía. Agradecida, las ha rechazado a todas con amabilidad pero con firmeza. En parte porque a sus 70 años el bullicio de los niños ya no le resulta fácil de tolerar, en parte porque esa semiceguera que la aqueja por culpa de su diabetes crónica le dificulta bastante el andar y prefiere desplazarse en territorio conocido. “Está bien, Pepa”, le dijo Mirta, “acepto lo que usted decida pero con una condición: prométame que no se va a deprimir pensando en las cosas feas que le han pasado”. Y como Pepa es mujer de palabra, ahí está, tarareando la música bailantera que viene desde el patio del vecino mientras termina de batirse el pelo. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Pepa no va a repasar su frondoso inventario de naufragios y pesares. No va a pensar en lo duro que fue separarse ni en lo mucho que tuvo que trajinar para mantener a sus dos hijos, preparando viandas, recibiendo pensionistas, cuidando niños ajenos o lavando los platos sucios de otra gente hasta borrarse las huellas digitales. No va a pensar en las incontables preocupaciones que le trajo el bracito defectuoso con el que nació su hijo menor. Menos aún, claro, va a recordar el accidente que la privó de ese hijo para siempre, justo el día en que cumplía 14 años. No habrá de pensar, tampoco, en el otro hijo, del que la separan diez mil kilómetros de distancia y ocho años de ausencia. Pepa es mujer de palabra y no hará nada de eso. Optará, en cambio, por reírse sola acordándose del estrafalario pensionista de la casa de calle Belgrano al que ella apodó “Tonteraje”. Evocará los bailes del Racing, cuando deslumbraba a todos con la gracia de sus movimientos. Meneará la cabeza con gravedad en señal de tierna reprobación recordando cuando sus hijos le robaban la silla de ruedas a la abuela para salir a dar una vuelta por el pueblo. No cederá a la melancolía, aunque la tentación esté ahí nomás, al alcance de la memoria.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Se observa en el espejo como puede, a través y a pesar de esa molesta niebla que se ha instalado delante de sus ojos últimamente. Se observa y se gusta. Mueve los hombros con suavidad para terminar de acomodar los pliegues de la blusa, se alisa la pollera buscando cancelar inexistentes arrugas. Ladea la cabeza en una y otra dirección para verificar que esos grandes pendientes son los indicados para el collar de fantasía que ha elegido. Se lleva una mano al pelo y, con un toque delicado de los dedos, comprueba que la flor blanca de tela está debidamente ajustada al cabello. Corrige levemente el maquillaje del pómulo derecho y se perfuma. Después, rebusca en un cajón el abanico de nácar que perteneció a su madre, supervisa todo otra vez y siente que ahora sí, la tarea está concluida. Ya está lista para asistir a su fiesta solitaria. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Avanza lentamente hacia la puerta de calle. Recoge en el camino el sillón plegable de tiras rojas y sale. Pepa irrumpe en la noche de barrio San Martín Norte con sus irreductibles ganas de vivir, y es tal la prestancia que irradia su estampa, que los niños que se divierten tirando rompeportones abandonan su juego unos segundos, y los vecinos que toman fresco en la vereda interrumpen sus conversaciones para admirarla. Alguien siente que la única manera posible de homenajear la coqueta entereza de esa mujer es aplaudirla. Y entonces la aplaude, y otro lo imita, y otro, y ella, asombrada, se ruboriza ante el inesperado halago. Sonríe complacida y responde con una reverencia, como si fuera una reina.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La brisa del norte ofrenda un concierto de nueve campanadas que se mezcla con los ruidos de la avenida cercana. Sentada en su sillón plegable de tiras rojas, Pepa se abanica y disfruta de la noche del mismo modo en que ha aprendido a disfrutar de la vida: no permitiendo que la adversidad desbarate su alegría. De vez en cuando, es cierto, la tristeza la visita. Pero cuando eso sucede, ella la mira a los ojos, le descerraja una carcajada fulminante a quemarropa y la tristeza, entonces, no tiene más remedio que huir avergonzada.</span><br />
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<span style="font-size: large;"></span></span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-78571718895390681832012-02-06T07:57:00.000-08:002012-02-06T07:57:36.468-08:00Crónica n° 74: El descubrimiento de la relatividad (enero 2012)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">“Dale, Mónica, metete que el agua está hermosa”, dice Mandy desde la pileta. Los que, al igual que él, estamos compensando los ardores de la siesta santafesina con un chapuzón vivificante, apoyamos su moción con entusiasmo pero Mónica, friolenta vitalicia, nos mira con desconfianza. Se acerca al borde, extiende la pierna derecha y tantea el agua con el dedo gordo. No muy convencida, comienza a bajar los escalones con extrema lentitud y, a medida que se va sumergiendo, el rostro se le contrae en expresión de sufrimiento. “¡Vos estás loco; esto está helado!”, recrimina, y los demás, divertidos, nos burlamos sólo por sembrar cizaña. </span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Mandy y Mónica no lo saben, ni siquiera lo sospechan, pero acaban de reproducir casi textualmente una escena incluida en uno de los libros más impactantes que tuve el placer de leer en mi infancia: “El mundo de la comunicación”. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Era -y debo confesar que el uso del pretérito responde aquí sólo a una intencionalidad evocativa, ya que el ejemplar en cuestión aún existe y ocupa un lugar en los estantes de mi biblioteca- uno de esos libros grandes de Editorial Sigmar, coloridos y con muchas ilustraciones, destinados a estimular las inquietudes de niños que -como yo- sentían una irresistible atracción hacia el mundo de los datos y los conocimientos. Títulos como “Preguntas y respuestas para niños curiosos”, “Los cómo y porqué del Tiempo” o “La fuente del saber” dan una idea acabada, me parece, del objetivo perseguido por aquellos libros entrañables.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">“El mundo de la comunicación” proponía un repaso de las diferentes formas pergeñadas por el hombre a lo largo de la historia para intercambiar información y emociones, desde la escritura de los sumerios hasta el cine, brindaba pautas sencillas para comprender el fenómeno comunicacional e introducía a los lectores en nociones elementales de lingüística y publicidad. La ortodoxia zodiacal señala que los geminianos solemos experimentar un vivo interés por estos asuntos y se ve que yo no fui la excepción: tanto por su temática como por su diseño, “El mundo de la comunicación” me resultó sencillamente apasionante. </span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Dentro de ese apasionamiento general, el punto culminante lo constituían las páginas 30 y 31. En ellas, al compás del latiguillo “El significado está en las personas, no en las palabras”, se ofrecía de manera clara y amena un muestrario de malentendidos a los que pueden dar lugar las percepciones individuales. Del texto sólo recuerdo el ejemplo de la ya referida discusión de pareja acerca de la temperatura del agua en la piscina. Las ilustraciones, en cambio, son inolvidables. “¿Qué quiere decir alto para el hombre de la derecha? ¿Y para el de la izquierda?”, se preguntaba el epígrafe de una foto en la que se veía a tres caballeros caminando: un enano, un gigante y otro que poseía una estatura que podría calificarse de normal. “50 personas, ¿son muchas o pocas?”, se interrogaba otro epígrafe en relación a sendos dibujos en los que se veía a 50 personas amontonadas en una habitación y a 50 personas cómodamente distribuidas en un estadio de fútbol (y sí, por supuesto que cedí a la tentación de contarlas para verificar si realmente eran 50). Otro dibujo mostraba a una señorita que decía “Mi hermano tiene una casa hermosa”. Al escucharla, un hombre imaginaba una mansión fastuosa, a otro se le representaba una apacible casa de campo… y el loro pensaba en una jaula reluciente. A todas las ilustraciones las acompañaba el leit-motiv de aquellas dos páginas maravillosas: “El significado está en las personas, no en las palabras”.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Fue un deslumbramiento fulminante. Fue amor a primera lectura.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Hace años que no soy amigo de las posturas absolutas. Que hay tantas maneras posibles de percibir el mundo como sujetos que lo perciben, que por lo tanto nuestras aproximaciones a la verdad son sólo parciales e inconscientemente tendenciosas, y que esa multiplicidad de miradas sobre el mundo es el origen de todos nuestros desencuentros, son ideas centrales en mi filosofía de vida. La conveniencia y necesidad de hacer el esfuerzo de comprender y tolerar las percepciones ajenas, aún las que contradicen las nuestras, es uno de los lineamientos básicos de mi ética personal. He hablado centenares de veces de estas cuestiones con mis amigos, intento explicárselas a mis alumnos cada vez que puedo y, desde distintos ángulos, he llenado sobre el tema una buena cantidad de carillas. ¿Sería razonable, por ende, atribuirle a las páginas 30 y 31 el origen de esta manera mía de conducirme en la vida? Temo que arribar a tal conclusión sería exagerado. De hecho, a los conceptos de subjetividad y relatividad recién los comprendí cabalmente cursando el quinto año de la secundaria. A mis 11 años ni siquiera supe que el objeto de mi enamoramiento intelectual se llamaba así: relatividad. Fue aquella, sin embargo, la primera vez que un libro me brindó el andamiaje conceptual necesario para sustentar una idea previa borrosamente poseída. Las páginas 30 y 31 me suministraron una clave esencial para decodificar cómo funcionan los seres humanos. Y si bien más tarde, al correr de los años y las lecturas, llegaron muchos otros textos cuya lucidez descorrió velos, disolvió sombras y me sirvió de guía en el siempre intrincado bosque de las ideas, siento que de algún modo todas esas iluminaciones posteriores se asentaron, directa u oblicuamente, sobre los cimientos plantados por aquellas dos páginas precursoras en las que aprendí, de una vez y para siempre, la incómoda ambivalencia de los adjetivos. Aquellas dos páginas con las que empezó a germinar en mí la temible sospecha de que, muy a nuestro pesar, establecer verdades definitivas en el reino de lo humano es tarea inviable.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">“Anoche en el Cinc Club vi una película buenísima”, dice Mónica. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">¿Cómo saber con exactitud a qué se refiere? El significado está en las personas, no en las palabras.</span><br />
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<span style="font-size: large;"></span></span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-58394835053925081822011-12-29T03:40:00.000-08:002011-12-29T03:40:34.027-08:00Crónica n° 73: La vida sin mentiras (diciembre 2011)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Si no fuera por esos 20 minutos finales en que la historia pierde vuelo y termina enredándose en los clichés propios de las comedias románticas hollywoodenses, “La mentira original” sería una película impecable. No obstante, a esta comedia -codirigida por Ricky Gervais y Matthew Robinson y protagonizada por el primero- le alcanza con los méritos que exhibe antes de ese final anodino para erigirse como una película conmocionante y movilizadora. </span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Con un humor inteligente, notable agudeza y acertadas dosis de un sarcasmo que a veces recuerda al de “Los Simpson”, el guión plantea la existencia de un mundo utópico donde no existe el engaño por la simple razón de que todas las personas dicen siempre lo que sienten y piensan. Todo allí es transparente y explícito; nada se calla. No hay diplomacia, es cierto, pero tampoco hipocresía. En su primera cita, hombres y mujeres verbalizan sin pudores sus miedos y frustraciones al respecto en tiempo real. Los compañeros de trabajo se demuestran con naturalidad sus celos y antipatías. Los camareros critican con libertad los platos que eligen los clientes. Los jefes confiesan a sus empleados la incomodidad que les provoca despedirlos. Los médicos informan a sus pacientes que probablemente morirán en cuestión de horas, con la misma liviandad con la que se anuncia que va a llover. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">En un mundo así, anclado a la inevitabilidad de lo verídico, no hay lugar para la desconfianza, claro, pero tampoco para la ficción. Las películas consisten en un actor que se limita a leer guiones que cuentan episodios históricos estrictamente reales. Y también las propagandas resultan muy singulares, al menos para nuestros ojos contaminados de marketing (en tal sentido, la ironía que destila la escena de la publicidad televisiva de Coca-Cola es demoledora). </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">El conflicto surge cuando, un buen día, el protagonista Mark Bellison, flamante desempleado y a punto ce quedar literalmente en la calle, siente un impulso irrefrenable que lo lleva a afirmar. por primera vez en la historia de la humanidad, algo que no se corresponde con la realidad de los hechos. Es un impulso al que no sabe cómo calificar ni describir pues, lógicamente, el concepto de mentira no existe; es él quien, sin saberlo, lo acaba de inventar. A partir de ese pecado original, Mark descubrirá que no decir la verdad trae muchos beneficios, sobre todo cuando uno cuenta a su favor con la credulidad absoluta de los demás. Pero muy pronto descubrirá también que, simultáneamente, la mentira puede ayudar a la gente a ser más feliz. Ha nacido el engaño en el mundo, sí, pero con él han nacido también la esperanza y –he aquí el sarcasmo mayúsculo- la fe religiosa. Y es quizás en la formulación y desarrollo de esta ambivalencia moral donde se asientan los mayores aciertos de la película. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">“La mentira original” es divertida, y si bien se conforma con cumplir eficazmente su noble objetivo de entretener, se las ingenia, entre carcajadas y sonrisas, para embarcarnos en profundas reflexiones. En primer lugar, nos muestra un mundo en el que la comunicación humana carece de filtros morales y afectivos y, al hacerlo, por oposición, pone en evidencia la gigantesca red de ocultamientos y falsedades cotidianas en la que estamos atrapados y de la cual somos cómplices. Como en uno de esos teoremas cuya hipótesis queda demostrada por el absurdo, la exageración sirve aquí para desnudar cuánto de nosotros permanece sumergido en nuestra vida diaria, cuántas cosas callamos por conveniencia, compasión o buenos modales. </span><br />
<br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">En segundo lugar, esa ácida confrontación entre el mundo utópico y el real nos obliga a imaginar cómo sería vivir en aquél y nos coloca ante la incomodidad de no darnos una respuesta unívoca. Es que, pasadas las risas iniciales, esa honestidad sin concesiones que se nos va mostrando empieza de a poco a volverse difícil de digerir. Es un mundo brutal el de la película, sí, pero la paradoja es que en él nadie se siente ofendido pues nadie conoce otra forma de relacionarse. Somos nosotros, los espectadores, acostumbrados como estamos a vivir en una sociedad regida por el doble discurso, los que sentimos que no podríamos sobrevivir demasiado tiempo en semejantes condiciones de sinceridad.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">En tercer lugar, la película nos interroga acerca de nuestra propia credulidad y la inquietante posibilidad de que algunas -o muchas- de las cosas que damos por sentadas como verdades inobjetables sean, en realidad, la obra de algún gran fabulador. Si se piensa, por ejemplo, en las estrategias publicitarias que buscan convencernos de las virtudes de tal o cual producto, o en la manipulación constante a que somos sometidos por los medios masivos de comunicación, es imposible no preguntarse hasta dónde esa sociedad candorosa de la cual se aprovecha Mark Bellison no es un reflejo caricaturesco de la nuestra.</span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">“La mentira original” propone con ironía un dilema sobre límites éticos. ¿Hasta qué punto es valiosa la honestidad? ¿Hasta qué punto resulta dañosa la mentira? Al exponer en paralelo el costado filoso de la sinceridad y la dimensión piadosa de la mentira no cuestiona, por lo tanto, nuestras elecciones, sino las posturas absolutas al respecto. A todos nos gustaría poder decir siempre lo que pensamos sin temer a las consecuencias. Y sin embargo, sospechamos que afrontar el reverso de esa libertad sería una experiencia acaso intolerable. El infierno sería -sartreana resonancia- la imposibilidad de sustraernos a la constante certeza del veredicto de los otros. Del mismo modo, a todos nos gustaría sabernos a salvo de las decepciones, pero ¿cómo soportar una vida en la que no hay lugar para la desilusión simplemente porque es imposible haberse ilusionado antes? </span><br />
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<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">“No existe el mundo perfecto; toda opción tiene su precio”, parece advertirnos burlonamente la película. Y tiene razón.</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-73456969278716155962011-11-02T09:32:00.000-07:002011-11-02T12:29:16.779-07:00Crónica n° 72: El difícil arte de ser gobernados (octubre 2011)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">A veces me da por pensar que el deporte preferido de los argentinos no es el fútbol, sino la queja. Y es que en pocas actividades ponemos tanto empeño como en la diaria gimnasia de lamentar, en voz alta, nuestro ingrato destino de victimas recurrentes de la insensatez, la negligencia y la ignorancia ajenas. </span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;"></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Quejarse es un derecho y no está mal ejercerlo cuando corresponde. Pero una cosa es quejarse; otra muy distinta es ser un quejoso. Lo primero es una sana reacción; lo segundo es un vicio. A la persona quejosa no hay nada ni nadie que le venga bien. Escéptico compulsivo, en todo y en todos encontrará el quejoso motivo suficiente para descreer y criticar. En todo, menos en lo que él hace, claro. En todos, menos en él mismo, claro. Porque el quejoso deposita en los otros la causa de todos sus pesares. Lo cual, dicho sea de paso, resulta sumamente cómodo para no tener que hacerse cargo de nada: como el problema está fuera de él, también la solución lo está. Su queja, entonces, se agota en el pataleo intrascendente e improductivo. El quejoso permanece plañideramente estancado en un negativismo paralizante que, sin embargo, lo libera de toda culpa. ¿Para qué comprometerse con una causa que estará perdida de antemano porque “este país no tiene arreglo”? ¿Para qué ser solidarios si “acá nadie te regala nada”? ¿Para qué movilizarse e intentar modificar algo si “los argentinos somos incorregibles”? De autocrítica, nada. A lo sumo, se permite esa cíclica retórica autoflagelatoria y fatalista del “tenemos los gobiernos que nos merecemos” que, en realidad y bien leída, es un olímpico lavado de manos que disuelve la responsabilidad individual en otra colectiva y uniforme. </span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">En los ámbitos futboleros suele decirse que en la Argentina hay cuarenta millones de directores técnicos. Ojalá fuera ese el único problema de superpoblación que padecemos. No, aquí hay también cuarenta millones de presidentes que sabemos cómo arreglar el país, cuarenta millones de ministros de economía que sabemos qué medidas hay que tomar para generar riqueza, cuarenta millones de abogados que sabemos cómo resolver conflictos de manera favorable y con máxima celeridad, cuarenta millones de médicos-farmacéuticos dispuestos a recetarle a vecinos y familiares el modo más eficaz de curar malestares. Somos, en suma, cuarenta millones de sabelotodos a los que nadie nos va a venir a explicar cómo hacer las cosas y sin embargo -oh, vida cruel- estamos condenados a tolerar que las decisiones de 39.999.999 sabelonadas influyan negativamente en nuestra vida y la transformen en un calvario insoportable. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Soberbios, díscolos, socarrones, discutidores, olvidadizos, ingratos, volubles, lapidarios, contradictorios, gataflóricos, suena lógico que hayamos cultivado esta notable inclinación hacia la queja sistemática. Empleados públicos, albañiles, docentes, verduleros, odontólogos, periodistas, piqueteros, cualquiera es susceptible de caer en la volteada de nuestras diatribas. Pero a la hora de buscar un blanco propicio para lanzar nuestros venenosos dardos, nada mejor que "el gobierno". Municipal, provincial, nacional, poco importa. Ejecutivo, legislativo, judicial, lo mismo da. Los argentinos tenemos bien arraigada la costumbre de culpar a esa abstracción llamada "el gobierno" de casi todos nuestros males como sociedad. El gobierno nos miente, nos roba, nos defrauda, nos acosa, nos manipula, nos expolia, nos impide ser felices. Hmm, discúlpenme, tamaño grado de victimización me parece sospechoso. ¿No será hora de pedir turno con el psicólogo? </span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif;"><br />
<span style="font-size: large;"></span></span><br />
<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Que quede claro: de ninguna manera pretendo plantear aquí una victimización de signo inverso, es decir, alegar una supuesta inocencia de todos quienes nos han gobernado a lo largo de la historia. De 1810 a esta parte sobran ejemplos de incompetencia o nocividad gubernamentales, y es innegable que esa larga cadena histórica de desaciertos e iniquidades ha contribuido de manera decisiva al surgimiento y desarrollo de este hábito nacional tan singular. Lo que sí intento plantear es que dejemos por un rato de poner tanto énfasis en las responsabilidades ajenas y veamos la cuestión desde el otro lado. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Es indudable que los argentinos –marche un segundo turno con el psicólogo- tenemos serios problemas con el principio de autoridad. O le negamos desde el arranque legitimidad moral a quien la ejerce, descargando sobre él una metralla de juicios descalificatorios (porque es de izquierda, porque es de derecha, porque es reaccionario, porque es terrorista, porque es peronista, porque es antiperonista, porque es civil, porque es militar y, en última instancia, porque sí o por las dudas), o se la reconocemos sólo en la medida en que su accionar coincide con nuestro punto de vista. Teniendo en cuenta esta particularidad de nuestro ser nacional, queda claro que no debe ser fácil lidiar con nosotros y sobrellevar airosamente la tarea. No he tenido la experiencia de formar parte de un gobierno pero a veces tengo la impresión de que gobernar debe asemejarse bastante a asumir el rol de padre frente a una multitud de hijos malcriados, irrespetuosos y egoístas que sólo piensan en su propio bienestar y protestan con berrinches si no se les da lo que exigen, adolescentes que reclaman derechos pero no quieren cumplir deberes, individuos feroces a la hora de juzgar los errores de papá pero incapaces de reconocer lo que nos brinda. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Es curiosa -y perversa- la concepción que se tiene en nuestro país acerca de lo público. Al Estado se le exige que resuelva todo, pero no se le quiere dar nada, y sobre esa incongruencia basal se edifican unos cuantos pecados ciudadanos de acto, palabra y pensamiento. Exigimos que se respeten nuestros derechos, pero basta que se sancione una normativa cualquiera para que inmediatamente, casi por reflejo, ya estemos tramando cómo hacer para no tener que cumplirla. Nos indignamos cuando no hay medicamentos en los hospitales, o si los edificios escolares se caen a pedazos pero le escamoteamos recursos al Estado evadiendo cuanto impuesto se pueda evadir. Ponemos el grito en el cielo cuando osan molestar nuestra cotidianeidad imponiéndonos controles de cualquier índole pero después nos rasgamos las vestiduras cuando ocurre una tragedia justamente por falta de control. Somos particularmente sensibles a detectar y condenar las arbitrariedades que el Estado comete con nosotros pero para las nuestras siempre encontramos una justificación que las vacía de toda malicia.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">No, no debe ser sencillo gobernar a gente que protesta por los baches y también protesta cuando el tránsito se complica porque los están arreglando. Gobernar bien es un arte, sí, pero -reverso ineludible- también lo es saber ser gobernados. Y puede que a nuestros gobernantes les falte bastante para transformarse en auténticos artistas, pero convengamos que en esta materia también nosotros debemos varias bolillas.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Yo podría explicarles cómo hay que hacer. Pero ¿para qué me voy a gastar hablando? Y no es que sea un quejoso pero, sinceramente, es tremendo esto de tener que tolerar constantemente la insensatez, la negligencia y la ignorancia de 39.999.999 compatriotas.</span><br />
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<span style="font-size: large;"></span></span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-52259881763733221562011-10-03T11:11:00.000-07:002011-10-03T11:11:26.292-07:00Crónica n° 71: Contemplo el río (septiembre 2011)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Sentado en la barranquita, a la sombra de unos aromos de ramas lánguidas, contemplo el río. La primavera estalla en la mañana como una fruta jugosa que derrama sus colores sobre el paisaje. El viento del norte, suave pero insistente, arroja hacia mí certezas de azahares cercanos y un alboroto de patos que repica en las islas de enfrente.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Contemplo el río. El agua fluye morosa, casi imperceptiblemente, con un andar lento de serpiente perezosa. Sólo el bamboleo tenue de algunos camalotes viajeros delata, aquí y allá, la existencia de la pacífica corriente.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Contemplo el río y siento que su mansedumbre desnuda, sin margen para excusas, la descomunal estupidez de nuestras civilizadas urgencias, la sinrazón monumental de tanta neurosis cotidiana. El río fluye, simplemente fluye. El río no sabe que es río, sólo lo es. No se sobrevalora ni se subestima. No se apura, no se angustia por llegar a su desembocadura. No contamina su propia fluidez con miedos congénitos ni culpas adquiridas. Simplemente, fluye. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Contemplo el río y, en cierta forma, envidio su sabiduría celular, la manera irrazonada en que sabe lo que tiene que hacer. Me gustaría reducir, igual que él, los términos de la ecuación a 1, desanudar la correa de la conciencia, desterrar las palabras y ser uno con el universo, armonizar plenamente con el paisaje. Cierro los ojos, inspiro profundamente el aire templado de septiembre y dejo que el viento me atraviese, que transcurra a través de mi. Es inútil: un instante después, un aleteo entre el follaje me hace pensar “pájaro”, una fragancia silvestre me lleva a nombrar “primavera”, y entonces la efímera unidad se disuelve en múltiples estímulos y sus correspondientes sensaciones. Vuelvo a ser, apenas, un hombre que contempla el río.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Contemplo el río. No hay sitio aquí para las disonancias de la ciudad y los perversos silogismos que ella impone. Todo lo que no está entre este horizonte y yo ha quedado muy lejos, a tantas horas-luz de esta calma de domingo, que su existencia parece no tener más densidad que la borra de un sueño evanescente. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Sentado en la barranquita, a la sombra de unos aromos de ramas lánguidas, contemplo el río. Gozosamente, contemplo el río.</span>Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-7628986311730705083.post-52428729228198753702011-09-02T11:26:00.000-07:002011-09-02T15:24:23.189-07:00Crónica n° 70: Pixinguinha y la inmortalidad (agosto 2011)<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Si los lectores de estas líneas fuesen invitados a elaborar una lista de figuras relevantes de la música popular brasileña, de inmediato acudiría a su memoria una docena de nombres ilustres. Entre ellos, seguramente, no estaría el de mi tocayo Pixinguinha (Alfredo da Rocha Viana Jr.), compositor carioca que –al menos, a nivel internacional- no goza del reconocimiento masivo que sí ostentan monstruos sagrados más modernos como Vinicius de Moraes, Caetano Veloso o Chico Buarque, por citar sólo a algunos integrantes notables de ese hipotético catálogo. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Yo jamás había oído hablar de él hasta ese viernes en “La Tasca”, la noche del recital de Cacho Hussein y Nilda Godoy. Fue justamente Cacho quien lo mencionó, cuando antes de tocar el tema “Carinhoso” ilustró al público acerca de su autor, refiriéndose a él como una especie de precursor, situado cronológicamente varias décadas antes del fulgurante éxito de Jobim y la bossa nova. Gracias a esa misma introducción, nos enteramos también de que el tema que íbamos a escuchar había sido compuesto aproximadamente un siglo atrás. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">La referencia histórica capturó mi atención al instante, abriéndome las puertas a una de mis acostumbradas dispersiones mentales, de ésas que la música suele propiciar. Mientras Nilda y Cacho nos deleitaban con la delicada cadencia de “Carinhoso”, una libre asociación de ideas me condujo a pensar que Pixinguinha había escrito ese tema cuando la menor de mis abuelas era todavía una niña. Imaginé los insondables laberintos de tiempo y espacio que habría atravesado esa melodía hasta llegar a nuestros oídos aquella noche y sentí que su antigüedad le brindaba un valor agregado a su indudable belleza. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">El recital siguió adelante, engarzando joya tras joya. No fue “Carinhoso”, por cierto, el tema que más me gustó de todo el repertorio. Sin embargo, antojadizamente, o tal vez a causa de ser el de origen más remoto, fue el causante de que varias veces, a lo largo de la noche, me haya remontado hasta los inicios del siglo XX para seguir hilvanando especulaciones. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">¿Habrá imaginado Pixinguinha, al componer su canción, que cien años después, una pareja de músicos extranjeros rescataría esos acordes desde el fondo de los tiempos y el silencio, y un grupo de personas aplaudiría con entusiasmo su interpretación? Desconozco si Pixinguinha era un optimista incurable o un escéptico consumado; desconozco también si fantaseaba con la gloria o si esas materias lo tenían sin cuidado. Poco ayudaría saberlo, de todos modos. Al fin y al cabo, cuando un artista lanza su obra al mundo en busca de quien la reciba, disfrute y valore, lo hace apostando a la posiblidad de que ella trascienda múltiples fronteras. Incluso, las que le impone la finitud de su propia existencia. No importa si lo manifiesta en forma explícita o si se trata de un impulso inconsciente: la pretensión de inmortalidad -tan presuntuosa como conmovedora- anida en el alma de todo creador. “Puesto que el hombre es mortal -nos dice Faulkner- la única inmortalidad que le es posible es dejar tras de sí algo que sea inmortal porque siempre se moverá”. Pues bien, haya sido Pixinguinha un soñador o un pesimista, allí estaban Cacho y Nilda para demostrarnos que lo que él dejó tras de sí se sigue moviendo.</span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">El recital llegó a su fin. Miré a mi alrededor: la gente pagaba sus consumiciones, se paraba, se ponía su abrigo, saludaba a los conocidos, se despedía. Enredado aún en mis reflexiones, pensé que todos los que estábamos esa noche en “La Tasca” habíamos asistido a una experiencia conmocionante: habíamos comprobado -nada menos- la inmortalidad de un alma humana. Me pregunté si los demás también se habrían dado cuenta del prodigio pero no me animé a averiguarlo. </span><br />
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<span style="font-family: "Trebuchet MS", sans-serif; font-size: large;">Salimos. La madrugada nos aguardaba afuera con un frío filoso que tajeaba las mejillas.</span><br />
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Alfredo Di Bernardohttp://www.blogger.com/profile/01568033407607701936noreply@blogger.com0