Ahí están ellas, otra vez, bordando la madrugada con su taconeo insomne. Ahí
están, con su desnudez incompleta -siempre incompleta- cumpliendo su rito
exhibicionista, su lento desfile sensual, ofreciéndose a cualquiera que las
quiera tomar. Ofreciéndose a mí, por ejemplo, que no puedo dejar de mirarlas con
un recelo envenenado de lujuria.
Me chistan,
me llaman, prometen fiestas que sé imposibles porque mienten -siempre mienten-
pero me acerco igual; nunca he podido controlar esta atracción viciosa que
ejercen sobre mí.
Me deslizo
entonces hacia el vértigo artificial que ellas me proponen y juego de nuevo a
que les creo. Las palpo con mi urgencia de animal solitario, les prodigo mi
furia torpe, mis gestos ampulosos de monarca en el destierro, y ellas actúan
como si en verdad lo hiciera bien. Fingen sumisión, simulan descaradamente que
son mías esta noche.
Pero
mienten -siempre mienten-. Concluyo mi trajín, me levanto y, apenas les doy la
espalda, escucho otra vez sus risitas burlonas.
Me doy
vuelta; no puedo dejar de mirarlas con un recelo envenenado de fracaso.
Allí siguen
ellas, las palabras, bordando la madrugada con su taconeo insomne.
2 comentarios:
Vienen cuando uno no las invita, y cuando les preparamos un gran banquete no se dignan a venir.
hermoso!!!
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