La actualidad, lo cotidiano, el mundo de las letras, la música, el fútbol, el cine, los afectos,
vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







viernes, 30 de mayo de 2008

Crónica nº 23: El señor de las aguafuertes radiales (septiembre 2006)

Mi papá acostumbra afeitarse y bañarse escuchando radio. Se lleva la portátil al baño, la acomoda en un estante del botiquín sintonizada en alguna de las emisoras locales y, mientras lleva adelante sus prácticas de aseo personal, se entera de las novedades ocurridas en la ciudad, el

país y el planeta. Ha repetido esta rutina, calculo, durante los últimos cincuenta y cinco años de su vida.


Hace ya varios años (no recuerdo bien si a fines de los '70 o a principios de los '80) sus preferencias radiales matutinas se volcaron hacia un programa de LT10 en el que un periodista de voz firme y profunda realizaba comentarios igualmente firmes y profundos sobre temas sociales, políticos y económicos. Un periodista del cual él no había tenido referencia alguna hasta su aparición en ese programa. A mi papá le gustaban mucho los análisis que hacía ese hombre. Cada tanto, acompañando su elogio con un casi imperceptible movimiento labial aprobatorio, solía afirmar: "¡Qué bien habla ese Jorge Conti!".


Nunca imaginé en aquel entonces que los inescrutables vaivenes de la vida me llevarían, unos cuantos años después, a concurrir asiduamente a la casa de "ese Jorge Conti". Menos aún, que iba a hacerlo como tecladista de un grupo musical que habría de adoptarla como lugar de ensayo.


Gracias a esas visitas semanales -que se reiteraron a lo largo del '94 y el '95- tuve oportunidad de conocer a Jorge desde un costado doméstico y comprobar que el hombre privado era idéntico al hombre público. Ávido lector, intelectualmente inquieto, diseñador de argumentaciones sólidas y racionales, sinceramente preocupado por el devenir del país y el mundo, idealista hasta el borde mismo del desencanto, su conducta de entrecasa no revelaba impostura alguna. Su indignación contra la injusticia, su rabia contra la frivolidad de los '90, su valoración del arte y el conocimiento, eran tan vigorosas como cuando las enarbolaba a diario ejerciendo su oficio.


Compartir con él alguna que otra reunión gastronómica realizada en su casa, me permitió acceder a un placer adicional: el de escucharlo contar sabrosas anécdotas, tanto personales como de gente que había conocido a lo largo de su vida. Lo hacía con esa misma habilidad verbal notable que demostraba frente al micrófono. La precisión en el uso de las palabras, el manejo adecuado del tono narrativo, la profundidad en la percepción y análisis de los hechos contados hacían de sus relatos un motivo de auténtico disfrute. Todavía recuerdo varias de aquellas anécdotas. Por ejemplo, la de la primera clase de Filosofía que tuvo en la Facultad, cuando el profesor inició su cátedra diciendo algo así como "Señores, de un lado del hombre está la razón; del otro está la fe. En el medio de ambas, está la desesperación. Pues bien, ese es justamente el camino que nosotros vamos a transitar con nuestra materia". Otras, darían para escribir un artículo aparte, por no decir un cuento. Como la de cierto adolescente que, pese a poseer una inteligencia superlativa, se llevaba a rendir todas las materias porque se negaba sistemáticamente a presentar sus carpetas completas a los profesores. El único docente que, quizás intentando adaptarse a las particularidades psicológicas de los genios, lo eximió de cumplir con ese requisito formal para aprobarlo, fue el de Música. Fue, justamente, el único docente al cual el chico le presentó la carpeta completa.


También me quedó particularmente grabada una noche en que llevé a mi hijo de 11 años al ensayo. Amables como siempre, Jorge y su esposa Erika le dieron conversación durante un buen rato y le prestaron unos libros de historietas para que se entretuviera. "Es un chico muy inteligente...", me dijo Jorge al despedirnos y, a continuación, agregó con melancólico sarcasmo: "... va a tener muchos problemas en la vida".


Cuando el grupo trasladó sus ensayos a otro lugar, dejé de frecuentar la casa de los Conti. No obstante, en la medida de mis posibilidades horarias, seguí a Jorge como oyente. Me gustaba escucharlo cuando proponía esos relatos breves en los que revisaba la vida de personajes históricos o de la cultura (en un abanico amplísimo que iba desde Groucho Marx hasta Alejandra Pizarnik) o cuando abrevaba en su propia historia personal para trazar semblanzas de hombres y mujeres de vida sencilla a los que rescataba del anonimato con sus palabras teñidas de admiración o nostalgia.


La semana pasada, leí en el diario que estaba por presentar un libro: "Aguafuertes radiales", selección de algunos de esos textos que solía leer en el programa "Siempre tarde". La noticia me alegró inmensamente. Recordé haberle preguntado alguna vez si nunca se le había ocurrido juntar sus editoriales y publicarlas. Recordé, también, la expresión vagamente escéptica de su cara al contestarme que era un proyecto que tal vez, algún día, se decidiría a encarar. Saber que al fin lo había concretado me hizo sentir que se trataba de un acto de justicia literaria. Una formidable revancha, por otra parte, contra la enfermedad que en los últimos tiempos lo alejó de los micrófonos.


La tarde del viernes previsto para la presentación del libro, tomé un taxi para ir a hacer unos trámites. El taxista iba escuchando un programa de radio en el que, casualmente, estaban hablando de Jorge y su flamante obra. De manera imprevista, el taxista dijo: "Hoy tengo que terminar de trabajar más temprano". Yo quería seguir escuchando lo que decían en la radio, así que, haciendo uso de una cortesía bastante forzada, gruñí: "¿Ah, sí? ¿Por qué?", mientras trataba de no perder el hilo del comentario periodístico. "Porque hoy en la Feria presenta un libro Jorge Conti y lo quiero ir a escuchar", fue la explicación. Debo confesar que realmente no esperaba semejante respuesta. Me sonreí. Iba a decirle que yo también iría, pero no me dio tiempo. Inocente portador de uno de esos guiños traviesos que suele ofrecernos el destino, agregó:


-¡Qué bien habla ese Jorge Conti!

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