A comienzos de 1984, influído por el entusiasmo generalizado que despertaba el flamante renacimiento de la democracia en el país, decidí comprar un ejemplar de la revista Humor. Nunca en mi despolitizada adolescencia, vivida en pleno Proceso, había tenido uno entre mis manos, pero a pesar de ello conocía por comentarios ajenos el prestigio que esa publicación había sabido ganarse durante la dictadura militar a fuerza de talento y coraje. Así que una mañana me encaminé muy resuelto al kiosco de don Levy y, cuando salí de allí con la revista en mi poder, sentí que estaba empezando a saldar una de mis tantas deudas con la historia cultural argentina más reciente. Eran tiempos de descubrir a Anacrusa y de volver a escuchar a Víctor Heredia. Tiempos de conocer "Quebracho" y "La Patagonia rebelde". Tiempos de construirse como ciudadano por fuera de los márgenes pautados en los libros de Formación Cívica.
Por aquel entonces, la revista traía una sección llamada "Humor Interior", cuyas ocho páginas se distinguían por la infrecuente concepción federal que las animaba: ninguno de los periodistas, columnistas y dibujantes que participaban en ellas era porteño. Todos pertenecían a esa vasta entelequia geográfica que suele denominarse "el interior del país".
De aquel primer encuentro con "Humor Interior" recuerdo que su Correo de Lectores ("Llorando la carta", creo que se llamaba) estaba monopolizado por la notable repercusión que había tenido una nota publicada en el número anterior, escrita por la periodista cordobesa María Rosa Grotti con el título de "La Generación de la Bidú". El tenor de las cartas resultaba muy útil para comprender de qué hablaba el artículo en cuestión. Todo indicaba que "La Generación de la Bidú" era un acertado retrato colectivo de aquella "juventud maravillosa" que, llegada a la treintena, evocaba ahora la década anterior y contemplaba, con horror y melancolía, los restos del sueño naufragado. Era evidente que la autora había hecho blanco en zonas muy sensibles, despertando en los lectores ecos emocionales muy profundos que habían permanecido reprimidos durante demasiado tiempo.
La onda expansiva provocada por el artículo se prolongó todavía durante varios números más y lo transformó casi en un texto de culto para los seguidores de "Humor Interior". Motivo más que suficiente para potenciar mi frustración por no haberlo leído.
* * *
Mi entusiasmo juvenil de entonces -por no decir mi inconsciencia- me llevó a mandar un escrito de mi autoría a "Humor Interior" con la esperanza de que me lo publicaran. Si bien eso no ocurrió (afortunadamente, porque el artículo era bastante malo), los integrantes de la redacción me obsequiaron con un acuse de recibo que salió publicado en el Correo de Lectores del número siguiente, y en el cual me instaban a seguir insistiendo. Creo que literalmente salté de la alegría al descubrirlo. Ahora puede sonar pueril pero a mis 19 años no era común ver mi nombre impreso, y menos en una revista de circulación nacional. El sólo hecho de estar mencionado allí me parecía todo un logro que me auguraba un futuro auspicioso. Por supuesto, aquel ejemplar de Humor fue debidamente guardado en mi archivo como un tesoro.
Si aún conservo aquella página entre mis papeles, inexorablemente amarilleada por el correr de los años, no es tanto por las razones ya apuntadas, sino más bien porque la vida vino a otorgarle, con retroactividad, una significación inesperada. Sucede que, inmediatamente a continuación del acuse de recibo de mi nota, había otro referido a una carta en la que un tal Horacio Rossi, también santafesino, derramaba halagos sobre la autora de "La Generación de la Bidú". La facilidad para retener nombres que me caracteriza me permitió registrar sin problemas el de aquel conciudadano desconocido que, por obra del azar, se había transformado en vecino ocasional de mis quince milímetros de fama.
Tuvieron que pasar tres años para que ese nombre se uniera a una persona de carne y hueso y yo descubriera que el tal Horacio Rossi era poeta. Y debieron pasar todavía dos años más para llegar a tener trato directo con él. Después -las vueltas de la vida, suele decir la gente- el tiempo hizo su trabajo de tejedor artesanal y terminamos siendo amigos. Compañeros de ruta en esto de la escritura y la difusión cultural, compartí con él numerosos encuentros, de los artísticos y de los que fluyen serenos alrededor de una botella de vino. Alguna vez le referí el episodio de los acuses de recibo contiguos en "Humor Interior" y hablamos sobre el dichoso artículo de la Grotti. Sabedor de que Horacio era de acumular infinidad de papeles en su biblioteca, le pregunté como al descuido si por casualidad no había conservado aquella revista. Me contestó que no y acabó así con mis modestas esperanzas al respecto.
* * *
Hace unos meses, mi amigo Mario recibió un mail enviado desde la ciudad de Rafaela por un remitente desconocido: el Taller "Leer porque sí". Vano sería, por supuesto, tratar de entender cómo fue que la dirección electrónica de Mario quedó integrada a la lista de destinatarios de aquel mensaje; Internet, ya se sabe, está atravesada por sorpresas de este tipo. Lo cierto es que, apenas comprobó que se trataba de una cuestión literaria, Mario me reenvió el mail. Lo hizo, claro, sin poder siquiera sospechar la puntada de excitación que habría de alojarse en la boca de mi estómago cuando, al revisar mi correo, encontré en mi bandeja de entrada un mail cuyo asunto rezaba, ni más ni menos: "La Generación del Bidú". Me quedé petrificado frente al monitor mientras en mi cabeza, a pesar de la vocal ausente, repicaba la pregunta obvia: ¿sería ese mail lo que estaba pensando?
Era.
* * *
Fue una sensación extraña la de leer el artículo después de tanto tiempo. Es indudable que no ha perdido su vigencia -lo cual habla bien de su valor testimonial y muy mal de nosotros como sociedad- pero también es innegable, abrumadoramente innegable que el contexto histórico y personal reinante en 1984 poco tiene que ver con el actual. Humor ya no existe, Horacio se murió, los perfumes primaverales de la democracia se marchitaron, la creencia masiva en un futuro inmediato mejor ya no flota en el ambiente y mi adolescencia es una costa que se divisa lejana ahora que navego mar adentro las aguas de la adultez. Resulta imposible, entonces, no ceder a cierta impresión de desajuste temporal, como si uno encontrara en la calle, volviendo del trabajo, la figurita difícil que nunca pudo conseguir en la infancia.
Han pasado veinticinco años, claro. Que en la existencia de cualquier mortal es como decir la eternidad. Sin embargo, rescatado del silencio vaya uno a saber cómo y por quién, "La generación de la Bidú" se resiste a desvanecerse en el olvido y sale en busca de nuevos lectores, incluso de algunos tardíos como yo. Y son tantos los recuerdos que remueve su irrupción extemporánea, que me resulta fascinante la reconstrucción de su larga travesía, el juego de imaginar la intrincada trama de causas y azares que debieron confabularse para que yo pudiera llegar a leerlo.
El Taller "Leer porque sí" me tiene ahora entre los receptores habituales de sus envíos. María Rosa me ha confesado que la hice emocionar contándole esta historia. Yo he redactado una crónica hablando sobre ellos. El tiempo sigue labrando sus urdimbres secretas.
Las vueltas de la vida, suele decir la gente.
________________________________________________________________________
APOSTILLA TRISTE
(Crónica -casi inverosímil- de la crónica anterior)
Apenas terminé de leer el artículo de María Rosa, y viendo que por suerte la gente de Rafaela había tenido la buena idea de incluir en el mismo su dirección electrónica, sentí que era necesario ponerla en conocimiento de lo que había pasado y le escribí un mail contándole esta historia. Me lo contestó al día siguiente, confesándome que se había emocionado, que le parecía increíble que un texto suyo escrito hace tanto pudiera seguir generando interés. Me dijo también que hasta le daban ganas de escribir un cuento sobre el tema. "Dale", la animé, "vos escribí el cuento, yo escribo una crónica y despúés intercambiamos figuritas".
Empecé a escribir "El largo viaje..." a mediados de septiembre. En líneas generales, la crónica estuvo lista con bastante rapidez. Sin embargo, para gran ansiedad, decepción y hasta enojo de mi parte, no podía cerrarla. Tenía decidida la última frase, pero no conseguía hacerla coordinar con el párrafo anterior. Había algo en la parte donde menciono a María Rosa que hacía ruido y desentonaba, algo que fallaba y no sabía por qué.
El lunes 19 pasé en limpio lo que había garabateado el fin de semana y no quedé muy conforme. Para escapar de la sensación de estar empantanado sin remedio, decidí leer el artículo de nuevo. Al rastrearlo en Google, descubrí con un asombro descomunal que ese mismo día lo habían publicado en el diario "La Mañana" de Córdoba. La cosa violentaba toda lógica: ¿cómo podía ser que publicaran un artículo escrito veinticinco años atrás el mismo día que yo estaba terminando una crónica que hablaba justamente sobre ese mismo artículo? Le escribí un mail a María Rosa contándoselo para comparir con ella mi incredulidad. No me contestó. Tuve un mal presentimiento. Volví a meterme en el Google al día siguiente y entonces apareció, en un diario del domingo 18, la noticia que no quería leer: "Falleció ayer la periodista María Rosa Grotti".
Por lo general, soy de buscar señales en lo cotidiano, mensajes que el universo podría estar poniendo a nuestro alcance para decirnos algo. Es probable que a veces exagere con esas búsquedas y las cosas sean así de simples, así de frágiles. Pero en ocasiones como ésta la palabra "coincidencia" me resulta de una estrechez inaceptable. "El largo viaje..." habla del destino, especula sobre la aparente inevitabilidad de ciertos acontecimientos y encuentros. ¿Cómo no preguntarse, entonces, por qué escribí esta crónica ahora y no en agosto? ¿Cómo no dudar acerca de las verdaderas causas por las que no podía terminarla?
Ahora mi crónica encontró un final. Lástima. Es el que menos me gusta. Hubiera preferido uno en el que María Rosa se volvía a emocionar.
Las vueltas de la vida, suele decir la gente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Nunca me ha gustado eso de llamarme "del interior". Soy de Santiago del Estero, que queda en el interior (adentro) de la Argentina, como todo el resto del país. Aquí también, los de Loreto, Pampa de los Guanacos, o Añatuya, se dicen del interior, sólo porque no son de la capital. ¿Entonces Real Sayana es el interior del interior?, ¿el Aibalito es el interior del interior del interior? Prefiero ser provinciano, pueblerino, santiagueño, mistolero, de Santiago, cualquier cosa menos del interior.
Otra cosita más. Si yo soy del interior, por contraposición, los argentinos que viven en España, Francia, Bolivia o el Paraguay son los del exterior. ¿Queda algo en el medio?
Saludos
Como me gustó leer lo de tu descubrimiento adolescente!.Ojala hubiese habido muchos más jovenes con esa inquietud, yo pertenezco ( y con mucho orgullo) a la Genereración del ^70, estudie en La Plata y me paso todo lo que tenía que pasar. Incluso la perdida de mi compañero, leer
lo esto levantó mi ánimo, alicado desde ayer por reencuentros buenos, pero movilizadores del pasado. Un enorma abrazo,
Silvia Loustau
www.silvialoustau.blogspot.com
Ufa! ahora me quedo con ganas de leer "La generación de la Bidú". Saludos desde La Plata. MV
Muy buena crónica. Saludos.
Publicar un comentario