La actualidad, lo cotidiano, el mundo de las letras, la música, el fútbol, el cine, los afectos,
vistos desde una perspectiva cargada de extrañeza, algo irónica, irremediablemente melancólica.







martes, 12 de mayo de 2020

Crónica n° 90: Minicrónica en cuarentena #4 (abril 2020)


Estaba por ir a acostarme cuando, por la ventanita del baño, llegó hasta mí un alarido que rasgaba el silencio compacto de la madtugada. Luego, con intervalo de segundos entre sí, escuché un par más. Llegaban desde lejos, desde el sur, asordinados pero nítidos. En otro momento, podría haberlos atribuido a una celebración trasnochada, solitaria y alcohólica de alguna conquista deportiva; en el contexto actual, resultaba obvio que no era eso. Los perros de la cuadra comenzaron a ladrar y ya no pude escuchar otra cosa que no  fuera ese coral desasosiego. Me desentendí del asunto y me fui a dormir.

 Al día siguiente, Rincón  amaneció convulsionado por el ir y venir de las múltiples versiones acerca de una noticia excluyente: la aparición de La Llorona.


¿Realidad perceptible o sugestión colectiva?  ¿Hecho policíaco o fenómeno sobrenatural? ¿Broma inofensiva o peligro latente? ¿ Alma en pena o humano fuera de control? Cada quien tendrá sus conjeturas y ejercerá su derecho a sustentarlas. Yo no tengo una posición tomada pero aviso: no me gusta el aburrido cinismo de los refutadores seriales, me rebelo contra su reduccionismo automático a explicaciones racionales. Preferiría que La Llorona fuese de veras un espectro que vaga buscando quién sabe qué. Plantearlo así es, me parece, una forma de apostar a que haya en la vida, aún en estos tiempos,  sobre todo en estos tiempos, algo que contradiga  la lógica fría y ciega de los virus, la matemática implacable de los conteos de muertos en la tele. 

Acaso la Llorona haya aparecido sólo para eso: para refrescarnos la necesidad de que sigan existiendo las historias que siempre han circulado por debajo de la Historia.
 
 
 
 


 

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